Sarah tiene que compaginar el amor que siente su hermano por ella con el odio que el chico al que ama irradia hacia su sangre, mientras las fuerzas oscuras intentan destruirla.
El apellido de Sarah resulta una carga muy pesada para ella, sobre todo...
Sarah no podía moverse, sabía que si lo hacía podía empeorar mucho lo que fuera que le estaba pasando. Pero pese al desgarrador dolor que notaba en la cabeza y las costillas, la opresión que notaba en el pecho era lo más horrible que Sarah había sentido alguna vez. No veía nada, solo su rostro. El rostro de Sirius, su sonrisa perdiéndose poco a poco mientras caía con lentitud hacia el arco.
No sabía qué estaba pasando a su alrededor, no le importaba. Solo podía pensar en su padrino, al que nunca más vería. Las lágrimas empañaron sus ojos y volvió a gritar, rota por dentro.
Unas manos tocaron con suavidad sus brazos.
—Sarah... ¿estás bien? —dijo Lupin con un hilo de voz. Se había arrodillado junto a ella y la miraba con suma preocupación.
Sarah fue a contestar pero de su boca solo salió un quejumbroso gemido. Se le retorcían las tripas, nunca en su vida había tenido tantas ganas de dejarlo todo.
La sensación que experimentó al morir Cedrid era parecida a por lo que estaba pasando en ese momento, sin embargo la pérdida era cien veces mayor. Sarah no estaba segura de si podría soportarlo.
—¿Puedes levantarte? —preguntó Lupin.
Sarah negó con la cabeza y la dejó caer a un lado, los ojos cerrados. Entonces oyó como su exprofesor de Defensa Contra las Artes Oscuras murmuraba un conjuro y el terrible ardor que Sarah notaba en su interior cesó considerablemente.
—No sé reparar huesos, pero ya no sentirás tanto dolor por unas horas —le dijo Lupin, y daba la sensación de que cada palabra que pronunciaba le costaba más.
Sarah se giró hacia él y lo vio muy pálido. Con cuidado y con ayuda del adulto, se sentó. Sin decir nada, envolvió en sus brazos a Lupin. Sabía que él también estaba destrozado, que era su mejor amigo al que acababa de perder. Sollozó contra su pecho un momento, notando también agitación en la respiración del hombre lobo.
—Vamos... vamos a buscar a los otros —dijo, y ayudó a Sarah a ponerse en pie.
Lupin se equivocaba, Sarah todavía notaba mucho dolor, aunque este no era físico. Era como si una mano estuviese agarrando su corazón y apretando cada vez más y más.
Dumbledore tenía a todos los otros mortífagos agrupados en el centro de la sala, aparentemente inmovilizados mediante cuerdas invisibles; Ojoloco Moody había cruzado la sala arrastrándose hasta donde estaba tirada Tonks e intentaba reanimarla; Kingsley se levantaba del suelo con dificultad. Sarah echó un vistazo hacia los mortífagos. Entre ellos estaba Lucius Malfoy, retorciéndose como si intentara levantarse. Se lo quedó mirando.