Sarah tiene que compaginar el amor que siente su hermano por ella con el odio que el chico al que ama irradia hacia su sangre, mientras las fuerzas oscuras intentan destruirla.
El apellido de Sarah resulta una carga muy pesada para ella, sobre todo...
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Transcurría el mes de junio y los días eran templados y agradables. Ginny y Dean habían roto por fin, y Sarah animaba a cada uno (a Harry y a Ginny) por separado a dar el primer paso. Los dos se llevaban estupendamente y reían en los entrenamientos, tirándose la caña mutuamente pero sin llegar a nada más, y Sarah quería ver acción.
Un día, al entrar en la soleada sala común, Harry, Hermione, Ron y Sarah vieron a Katie Bell, que había vuelto del hospital.
—¡Katie! ¡Has vuelto! ¿Ya te encuentras bien?
—¡Sí, muy bien! —contestó ella, muy contenta—. El lunes me dejaron salir de San Mungo. Pasé un par de días en casa con mis padres y esta mañana he vuelto al colegio. Leanne me estaba contando lo de McLaggen y el último partido, Harry...
—Ya —dijo él—. Bueno, ahora que has vuelto y Ron ya está recuperado, tenemos posibilidades de machacar a Ravenclaw, y eso significa que todavía podemos luchar por la Copa. Oye, Katie... —bajó la voz mientras las amigas de Katie empezaban a recoger sus cosas porque llegaban tarde a la clase de Transformaciones—. Aquel collar... ¿Te acuerdas ya de quién te lo dio?
—No —respondió Katie negando con la cabeza, apesadumbrada—. Todo el mundo me lo ha preguntado, pero no tengo ni idea. Lo último que recuerdo es que entré en el lavabo de señoras de Las Tres Escobas.
—Entonces, ¿estás segura de que entraste en el lavabo? —preguntó Hermione.
—Bueno, al menos sé que abrí la puerta; supongo que quienquiera que me haya echado la maldición imperius estaba esperando dentro. No recuerdo nada de lo sucedido después, hasta que recobré la conciencia en San Mungo, hace dos semanas. Perdonadme, pero tengo que irme. No me extrañaría nada que McGonagall me castigara con copiar aunque éste sea el día de mi vuelta al colegio...
Recogió la mochila y los libros y siguió a sus amigas.
Por la noche, animada por su nueva adquisición, Sarah se encaminó a la sala común de Gryffindor dispuesta a sentarse alrededor de sus compañeros y tratar de disfrutar de la lectura. Hacía mucho que no se atrevía a estar un rato allí, en los cómodos asientos frente al fuego, rodeada de gente como si todo fuera bien. De hecho, hacía mucho que Sarah no se sentía tan bien. Aquel era el primer día en semanas que Sarah no había tenido ganas de llorar ni una sola vez. El descubrimiento de la razón por la que Harry y Sarah debían matar a Voldemort la había hecho sentirse más segura de sí misma, tener un claro objetivo en su vida: matar al monstruo que le arruinó la vida antes siquiera de poder disfrutarla.
Harry no estaba en la sala común, y eso extrañó a Sarah ya que allí sí que estaban Ron, Hermione y Ginny, sentados frente a la chimenea, charlando agradablemente.