Sarah tiene que compaginar el amor que siente su hermano por ella con el odio que el chico al que ama irradia hacia su sangre, mientras las fuerzas oscuras intentan destruirla.
El apellido de Sarah resulta una carga muy pesada para ella, sobre todo...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El día de la primera excursión a Hogsmeade amaneció tormentoso, incrementando las ganas de Sarah de quedarse metida en su cama. Sin Draco no le apetecía realmente ir al pueblo, pues a cada salida habían acudido los dos juntos, y se le hacía raro abandonar los terrenos de Hogwarts si no era cogida de su mano. Según el rubio, no podría ir ya que tendría que cumplir un castigo para McGonagall por no haber hecho los deberes de su asignatura varias veces seguidas.
—Cuando necesites ayuda en lo que sea —le había dicho Sarah la noche anterior, al Draco declinar su oferta de ir al pueblo juntos—, sabes que me la puedes pedir a mí.
Pero a Draco no parecía importarle mucho que le hubieran castigado, ni nada en general. Sarah comenzaba a hartarse de su falta de interés continua, sobre todo cuando tenía que ver con ella. Por ejemplo, en lo que llevaban de curso, dos meses enteros, todavía no habían visitado su lugar favorito: el claro del bosque, a pesar de que Sarah se lo había pedido a Draco en varias ocasiones.
Hermione y Sarah bajaron a desayunar adormecidas, y al sentarse a la mesa de Gryffindor aparecieron Harry y Ron riéndose a carcajadas.
—Menudo humor —masculló Sarah mirándolos por encima de su plato de tostadas cuando tomaron asiento frente a ellas.
—Pues sí, teniendo en cuenta cómo te he despertado —le dijo Harry a Ron, sirviéndose ambos unas tazas de café—, yo no estaría tan contento.
Y volvieron a reír con ganas. Hermione y Sarah los miraron con la cabeza torcida.
—Harry ha tenido la fantástica idea de probar un encantamiento esta mañana en nuestra habitación —contó Ron sonriendo de oreja a oreja—. Yo estaba durmiendo tranquilamente, hasta que oí un estallido y... ¡al abrir los ojos estaba colgando de un pie sobre mi cama! ¡No veáis qué susto!
Hermione y Sarah miraban a los chicos con los ojos como platos.
—... ¡y entonces se produjo otro destello y volví a aterrizar en la cama! —concluyó sonriendo mientras se servía unas salchichas.
Hermione no había sonreído mientras oía la anécdota, y ahora miró a Harry con desaprobación. Sarah movía la cabeza de lado a lado aunque la historia no dejaba de resultarle algo divertida.
—¿No sería ese hechizo, por casualidad, otro de los de ese libro de pociones? —le preguntó Hermione.
—Siempre piensas lo peor, ¿eh? —respondió él, ceñudo.
—¿Lo era?
—Bueno... Sí, lo era, ¿y qué?
—¡Harry! —exclamó Sarah de repente, haciendo sobresaltar a su hermano y a Ron. Su expresión se había vuelto incrédula.
