Sarah tiene que compaginar el amor que siente su hermano por ella con el odio que el chico al que ama irradia hacia su sangre, mientras las fuerzas oscuras intentan destruirla.
El apellido de Sarah resulta una carga muy pesada para ella, sobre todo...
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Sarah puso una mueca de asco cuando fue a pisar el felpudo del número 4 de Privet Drive y se dio cuenta de que había un vómito. Apestaba y se tapó los orificios de la nariz con una mano mientras que con la otra metía las llaves en la cerradura de la puerta de entrada y la abría. Al entrar (con cuidado de no pisar el felpudo), se extrañó de que todas las luces estuviesen encendidas, la del pasillo, las del salón, y en la cocina se oían voces.
—¿Hola? —dijo en voz alta, intentando llamar la atención de alguien—. ¿De quién ha sido la idea de vomitar en la puerta?
Oyó a su tía Petunia pegar un grito y entonces ella, Harry y Vernon aparecieron precipitadamente de la cocina, dirigiéndose hacia ella.
—¡Sarah! —exclamó su hermano llegando junto a ella y abrazándola casi con exasperación— ¡Me tenías muy preocupado! Estaba apunto de escribirle a Dumbledore o a Sirius...
—¿Qué? ¿Por qué?
Antes de que Harry pudiese responderle a su hermana, su tía Petunia gritó sobresaltando incluso a Vernon:
—¡Conque llevas todo el día en el veterinario, eh!
Sarah se encogió de miedo. Sabía que le caería una bronca al llegar a su casa por la noche, pero por la manera en que los ojos de Petunia estaban desorbitados, su frágil y alto tono de enfado, la vena del cuello de Vernon que sobresalía y palpitaba con fuerza, en conjunto con la expresión de Harry y su comportamiento, supuso que algo muy grave había sucedido.
—¿Qué te has hecho en la cara? —tía Petunia acercó su rostro de caballo al de Sarah y examinó el arito de la nariz.
—¿No te gusta? —sonrió Sarah, pero los gritos de su tía la hicieron estremecerse.
—¡Quítate eso ahora mismo! ¡Pareces una...!
—No pienso quitármelo —se opuso la menor—. Ni tienes autoridad sobre mi cuerpo ni eres mi madre, y si ahora de repente te interesa ese papel, déjame decirte que llegas tarde.
Su tía enmudeció y se retiró lentamente, con una mano en el pecho ofendida.
— ¿Qué ha pasado? —preguntó Sarah— ¿Dónde está Dudley?
Todavía dando voces, los tres llevaron a Sarah a la cocina para mostrarle el estado de Dudley. El adolescente estaba sentado a la mesa, apoyando su cabeza en sus gordas y grandes manos, sudoroso y bizco, como ido. En conclusión, en un estado deplorable.
Antes de que Sarah pudiera preguntar qué demonios le había pasado al casi catatónico Dudley, Harry le respondió.
—Nos atacaron unos dementores en el en el callejón que conecta la calle Magnolia y el paseo Glicinia. Eran dos. Dudley se puso fatal pero hice el encantamiento patronus y los ahuyenté. La señora Figg me ayudó a volver aquí con él —señaló con la cabeza a su primo, que miraba al techo con la boca ligeramente abierta—. Ella y Mundungus han estado en contacto con Dumbledore y nos han estado vigilando este verano.
