Sarah tiene que compaginar el amor que siente su hermano por ella con el odio que el chico al que ama irradia hacia su sangre, mientras las fuerzas oscuras intentan destruirla.
El apellido de Sarah resulta una carga muy pesada para ella, sobre todo...
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El resto de las vacaciones fueron más tranquilas, y Sarah habría estado muy contenta de no ser porque no podía sacarse de la cabeza la idea de que sus amigos le estaban ocultando algo. Sus sospechas se debían a que cada vez que Sarah entraba en la habitación en la que estaban Hermione, Ron y Harry, los tres se callaban de repente y era evidente que buscaban otro tema de conversación. Por ello, Sarah comenzó a pasar más tiempo con Ginny, aunque en muchas ocasiones sí que estaban los cinco juntos.
No quiso volver a escribirle a Draco, le había quedado bastante claro que era mejor no hacerlo. No entendía por qué, pero Sarah tampoco quería saberlo. Prefería, y más tarde se sintió tremendamente estúpida por ello, permanecer en la ignorancia. Fingir que todo estaba bien había sido su salvación, su manera de recuperarse del duro golpe recibido hacía dos meses, y mientras eso le funcionara seguiría sonriendo a todo y convenciéndose de que su vida era perfectamente normal.
Todos hicieron el equipaje la noche de antes de regresar a Hogwarts, a petición de la señora Weasley, que quería que la salida hacia la estación fuese lo mejor posible. Y la verdad es que, al día siguiente, la partida fue más tranquila de lo habitual. Cuando los coches del ministerio se detuvieron delante de La Madriguera, ellos ya estaban esperando con los baúles preparados; los gatos de Sarah y Hermione, Crookshanks y Dagda, encerrados en sus cestos de viaje; y Hedwig, Pigwidgeon —la lechuza de Ron— y Arnold —el nuevo micropuff morado de Ginny— en sus respectivas jaulas.
—Au revoir, Hagy —dijo Fleur con voz ronca, y le dio un beso de despedida.
Ron enseguida se abalanzó, ilusionado, pero Ginny le puso la zancadilla y el chico cayó cuan largo era a los pies de Fleur. Furioso, colorado y salpicado de barro, subió presuroso al coche sin despedirse.
En la estación de King's Cross no los aguardaba un Hagrid jovial, sino dos barbudos aurores de expresión adusta, ataviados con trajes oscuros de muggle. Se acercaron en cuanto los coches se detuvieron y, flanqueando al grupo, lo condujeron hasta la estación sin mediar palabra.
—Rápido, rápido, por la barrera —dijo la señora Weasley, un poco intimidada por tanta formalidad—. Convendría que los mellizos pasaran primero, ya que...
Sarah sintió como una mano la agarraba con fuerza del brazo y uno de las aurores la arrastró por delante de Harry a la barrera que separaba el andén nueve del diez.
—¿Podría no apretar... tan fuerte? —preguntó Sarah intentando deshacerse del agarre. El auror solo la soltó una vez estaban delante del expreso de Hogwarts, en la plataforma nueve y tres cuartos.
Hermione y los Weasley se le unieron a los pocos segundos. Sin consultar al malhumorado auror, Harry les hizo señas para que lo ayudaran a buscar un compartimiento vacío.