2 enero

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Mi dentadura era otro de los múltiples defectos que tenía, así que después de mucho insistir, Niall me buscó un dentista para solucionarlo, y allí nos dirigíamos.

—Tenemos que hablar tú y yo —dije mirándole de reojo.

—Cuando quieras —sonrió él.

—Me alegra mucho lo tuyo con Kate.

—¿Cómo? —se sorprendió Niall—. Vale, sí, sí que tenemos que hablar. No estoy saliendo con Kate.

No pasó mucho antes de que aparcáramos. Después de quedarse a vivir en Girona, y con La Gran Familia pululando por la zona, decidió comprarse un coche de ocho plazas. Mi familia tenía más coches así, porque al parecer, con el de Niall no había suficiente.

—¿Estás lista?

—Sí, vamos.

Después de salir del dentista, nuestro siguiente destino era el ambulatorio, teníamos que pasar a recoger unos papeles. Mientras nos acercábamos, un sentimiento de los Recuerdos Presentes me invadió por completo y casi me pongo a llorar. Niall me miró de reojo todo el rato, y cuando vio que me estaba calmando, dejó de hacerlo. Hacía poco que los tenía, así que al principio de aquel año, nadie tenía muy claro qué eran aquellos ataques, mi autoestima bajaba en picado, o me entraban ganas de llorar, entre muchas otras cosas desagradables que sacudían mi mente y mi corazón cuando estaba bajo su efecto. Las teorías sobre el tema eran cada vez más sólidas, pero ninguna de la que estuviéramos seguros al cien por cien.

A falta de espacio y para no abusar de Feudo, La Gran Familia construimos una especie de hotel, solo para nosotros. La sede, que así nos gustaba llamarla, estaba ubicada en Girona, y tenía un parquin para los vehículos, un patio de entrenamiento solo para guerreros y pícaros, aunque éstos últimos no iban mucho, y una pista para los dragones. Gracias a que habíamos domesticados a algunos, podíamos ir y venir de Thedas siempre que quisiéramos y desde cualquier parte del mundo, tardabas menos de una hora en llegar, independientemente de donde estuvieras, y sin jet lag. La vía que siempre habíamos usado para no solo llegar hasta Thedas, sino también para poder viajar dentro del continente, era aquella. Aunque los dragones podían aparecer para llevarnos desde donde fuese que los llamáramos, si bien desde la pista de la sede, tenían comida como agradecimiento por el viaje. El edificio tenía ocho plantas; tres con diversos establecimientos y las otras cinco eran habitaciones. Todo el mundo tenía una, aunque varios tuviéramos casa propia. Algunos compartíamos habitación, otros estaban solos, e incluso había algunas vacías (que al final acabarían por llenarse). Después de salir del dentista y recoger los papeles, Niall y yo fuimos a la sede y desayunamos en su habitación. El cantante irlandés compartía habitación con uno de los famosos de la familia y una prima mía (sí, de sangre, ya sé que he dicho que no tenía a nadie, así que me reservo su historia para cuando llegue el momento), aunque en ese momento ninguno de los dos estaba allí, ellos eran de los que tenían casa propia.

—¿Seguro que no quieres otro cruasán? —me ofreció.

—No te escaparás tan fácilmente de la charla que tenemos pendiente —sonreí.

—¿Ah no? ¡Vaya! Y yo que tenía planeado hincharte a cruasanes para que no tuvieras fuerza ni para hablar —rio.

Eso me hizo estallar en una carcajada.

—Siento haber frustrado sus planes, Sir Niall Horan.

Esta vez fue él quien rio exageradamente. Niall no constaba en los planes de Evelyn para el equipo de Andrea, pero acabó uniéndose, aunque no fuimos ni Adri ni yo quien lo entrenamos. Cuando se graduó de su entrenamiento, la mismísima reina de Ferelden lo llamó en una audiencia privada y lo nombró caballero oficial al servicio de la corona.

La Gran Familia. El otro ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora