21 marzo

12 4 0
                                    

—¡No se lo pierdan ladies and gentleman! ¡Está a punto de comenzar el duelo entre sir Vik de Vissen, guerrero a más no poder, y lady Horan, la invencible Dama de Fuego! ¿Quién creéis que ganará? ¡Hagan sus apuestas! Y por favor, no me seáis obvios y no apostéis todos a favor de lady Horan —Amber estaba retransmitiendo en directo desde la cuenta de Instagram de Vik el duelo que él y yo habíamos pactado, con las condiciones a mi favor (en realidad cada uno luchaba con lo suyo).

Vik y yo habíamos hecho un examen de castellano y según él, yo iba a sacar mejor nota, pero yo sabía que aquello no iba a pasar, así que rechacé el cumplido y le dije que por muy mal que se pensara que le había ido, sacaría mejor nota él. Al final, nos habíamos apostado un combate, quién tuviera razón podía decidir las condiciones del duelo. Evidentemente sacó mejor nota él, así que la batalla transcurrió con las reglas que yo había decidido.

El duelo duró dos horas, y quien venció, obviamente, fui yo.

—Sigo pensando que le falta algo más a la fiesta —meditó Celene.

Aunque la disolución de la Inquisición no nos había hecho gracia a ninguno y no era algo que se tuviera que celebrar, montamos una fiesta igualmente. Sería un acto de despedida a una orden que nos lo había dado todo, y por supuesto, el lugar de la celebración no podía ser otro que Feudo. Lejos quedaron aquellos tiempos en los que nadie de allí entendía como una majestuosidad como aquella había sido abandonada tantas veces. No puede volver a pasar, no puedo permitirlo, la sola idea de repetir la historia y haber sido unos huéspedes más me ponía histérica y me entristecía. Creo que aquello era lo que realmente me molestaba de la decisión de Evelyn, más que la disolución en sí.

—Como buena orlesiana que eres, pero no estamos en Orlais... Ah espera, sí, sí estamos en Orlais... —dije con una mueca.

Los orlesianos tenían fama de ser... demasiado. Su estilo era el mejor de Thedas, la ropa tenía que estar fabricada con las mejores telas, de mejor calidad, las combinaciones de piezas, de colores y de todo lo que se pudiera combinar, tenía que hacerlo a la perfección. Cuantos más complementos llevabas encima, mejor. Todo era dorado y maravilloso, a juego con el reino entero. La gente llevaba máscaras (en todos los sentidos...)  porque formaba parte de la tradición y cultura del imperio, y pues claro, cuanto mejor era la máscara, más prestigio social tenías. A mí me gustaba Orlais porque, las cosas como son, el país era impresionante, pero aquellos aires de superioridad, no los aguantaba, se creían los mejores del mundo, sobre todo por encima de su vecina, Ferelden, y aquello ya me sacaba de mis casillas. Todo sin tener en cuenta la historia de ambas naciones, que muy buena no es que fuese. Celene era un trozo de pan y la mejor emperatriz que Orlais había tenido nunca, pero si volviera la guerra, tenía muy claro de qué lado iba a estar, además de que ahora Ferelden contaba con algo que no había tenido en las dos invasiones anteriores: yo. Por suerte, La Leona (como era conocida por su reino) no tenía el más mínimo interés en una nueva guerra, así que los reinos sureños firmaron un tratado de paz después de incontables años ya de continuas relaciones tóxicas. Volviendo a la organización de la fiesta, había dos personas orlesianas que formaban parte del grupo que preparábamos la velada. Una era Celene, claro, como miembro de La Gran Familia que era, y la otra, Leliana. La ahora Divina Victoria, máxima portavoz de la capilla, había nacido en Ferelden y pese a que la mayor parte de su vida había vivido en Orlais, se consideraba más fereldena que orlesiana, aunque sus gustos no eran los mismos que los de la media fereldena.

—Ya sé lo que quieres decir —sonrió Celene.

—¿No es un poco tarde ya para esto? —preguntó Alba.

—No, que va —contestó Cassandra.

Leliana intercambió miradas con Celene cada dos por tres, aunque la emperatriz no pareció entender el porqué.

—¿Las invitaciones son las definitivas? —preguntó Vik, a lo que Max asintió.

El potente guerrero con el tatuaje dalishano en el brazo había aparecido en la vida de todos como un conocido cercano de Andrea, aunque Vik y yo lo conocimos en otras circunstancias.

—Yo también creo que falta una cosa para la fiesta —saltó Leliana.

—Adelante persona orlesiana, ilumínanos, pero sin pasarte eh, que aquí orlesianos no somos todos —comenté.

Tal comentario provocó una gran carcajada colectiva.

—Podemos tener dos zonas de música, o diferentes pistas de baile, eh... llamadlo como queráis.

—Perfecto —sonreí, para sorpresa de todos los presentes—. Con una condición; no me pongáis solamente música orlesiana, por favor os lo pido.

Celene y Leliana intercambiaron una mirada (ahora , de manera consciente las dos).

—Trato hecho lady Horan —sonrió Celene—. Y ahora si no hay nada más de lo que hablar, es hora de irse al partido.

La Gran Familia. El otro ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora