CAPÍTULO 10

2.7K 269 184
                                    


Winstead Boutique estaba cerrada por inventario y cambio de temporada, la siguiente temática llevaría los colores, rojo, negro y gris, una evocación del viejo Chanel. Sin embargo, en ese justo momento, el lugar era un completo caos sin mucha forma.

Dentro se encontraban Rachell y Sophia, la pelirroja organizaba la nueva colección mientras que la pelinegra colgaba un cuadro a blanco y negro del Big Ben. En cuanto Oscar llegara con el juego de lámparas colgantes de metal plateado, y brillantes espejos rutilantes de la tienda de Richard Hutten, le pediría que colgaran juntos el cuadro gigante con el paisaje neoyorquino del puente Brooklyn.

Rachell bajó de la escalera, y se desplazó bailando hasta donde se encontraba Sophia golpeando su cadera contra la de su amiga.

—¡Wow! Oh... Oh... I tried my best to feed her appetite... —coreaba Rachell la voz de Adam Levine de Maroon 5, que cantaba desde su consola el seductor This Love. Ambas se tomaron de las manos y empezaron a bailar mientras cantaban como adolescentes febriles.

Oscar, y mucho menos Sophia, habían hecho ningún comentario acerca de lo ocurrido el viernes anterior, los dos notaron su dramático cambio de humor, pero conocían lo suficiente a Rachell como para saber que era extremadamente celosa con su vida privada, y que poner en evidencia cualquier muestra suya de debilidad emocional haría que Godzilla pareciera una tierna lagartija de terrario.

El fin de semana, luego del sugerente encuentro con Samuel Garnett en el Provocateur, estuvo encerrada en su apartamento sin responder llamadas, atendió mensajes de texto únicamente relacionados con el trabajo y guardó completo silencio acerca de si había o no recibido las clases de Capoeira. El lunes en la mañana entró en la boutique, fresca como una rosa, con una sonrisa demasiado feliz, y dando instrucciones por doquier a fin de movilizar el cambio de para la temporada entrante.

Las risas y chillidos emocionados de las chicas fueron interrumpidos por un hombre que llamaba a la puerta. Rachell parpadeó un par de veces y lo reconoció instantáneamente. Era uno de los guardaespaldas de Samuel Garnett. Frunciendo el ceño se dirigió hasta la puerta y la abrió de mala gana.

—Buenos días, señorita Winstead. —La saludó el gigante moreno sin un pelo en la cabeza, y una nariz perfecta y perfilada que parecía ser simplemente una equivocación en aquel rostro tan rudo.

—Buenos días señor, como puede darse cuenta, la tienda está cerrada —le hizo saber la chica señalando el aviso en la puerta de cristal—. Si necesita alguna prenda, puede regresar mañana —agregó haciendo un esfuerzo sobrehumano por no dejar salir la bestia grosera que maldecía en su interior.

—No he venido de compras, señorita. He venido a entregarle esto —le dijo extendiéndole un sobre de manila azul oscuro—. Se lo envía el señor Garnett.

Rachell miró al hombre con la boca abierta, perpleja y por un momento en blanco. Dudó en recibir el sobre por un momento, después de todo era una osadía de parte del absurdo fiscal atreverse a dirigirse a ella de nuevo, no importaba cuál fuera el medio. Pero la curiosidad la mataba, y ella era una gata muy curiosa. Estiró la mano y le recibió el sobre al hombre.

—Gracias, señorita Winstead, feliz día —le dijo, se dio media vuelta y se marchó.

Rachell cerró la puerta con la mente aun embotada pensando en Samuel Garnett, caminó de regreso a la estantería en la que estaba trabajando, observando detenidamente el sobre que en la parte posterior estaba membretado con letras doradas que decían: Garnett Bufete & Associated. Bajo el ostentoso título había varios números telefónicos, un correo electrónico y una dirección que ubicaba a la empresa en el bajo Manhattan, en nada más y nada menos, que un edificio que también llevaba su bendito apellido.

Dulces mentiras amargas verdades (Saga completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora