Samuel podría acortar la distancia que lo separaba de Rachell si le daba la gana, bien podía aligerar el paso, pero prefería seguir viendo de lejos el Edén, ese que ella tenía en las caderas.
Aunque no estuviese preparado para una nueva erección, sentía el poder que ejercía sobre su irreverente amigo. La boca se le secó y si bien no quiso, tuvo que separar los labios al ver cómo ella, sin dejar de caminar, se quitó la liga que le sostenía el cabello y las hebras ébano se desplomaron agitándose y rozándole las nalgas cuando sacudía suavemente la cabeza.
Era una bruja que lo hechizaba. Sabía perfectamente cómo jugar con la sensualidad, y atacar todos los puntos sensibles en un hombre o por lo menos a él lo traía de cabeza.
Rachell entró a la ducha y dejó la puerta de cristal abierta. Se volvió para mirar a Samuel aún fuera del cubículo transparente y se adhirió a la pared sin decir una sola palabra. Le regaló una sonrisa cargada de seducción, estiró sus brazos pidiéndole que se acercara.
Samuel tragó en seco y como suicida se lanzó a esa pequeña muerte que lo esperaba. Con una sonrisa sesgada de satisfacción, atendió el llamado y con toda su calentura, todo el ardiente deseo se vio alterado cuando de la nada una lluvia de agua helada lo bañó.
—¡La madre que te parió Rachell! —exclamó más divertido y aturdido que molesto, mientras ella se carcajeaba ante la maldad que acababa de cometer.
—¿No me digas que le tienes miedo al agua fría? —preguntó interrumpiendo su concierto de carcajadas.
—No está fría, está helada —dijo tomándola por la mano y metiéndola debajo de la regadera. Intentó alejarse, pero no pudo porque él la encarceló entre sus brazos y no le quedó más remedio que dar saltitos para acostumbrarse a los escalofríos que la recorrían.
Sin soltarla, Samuel graduó el agua, elevándole unos cuantos grados al calentador y activó la regadera lateral, logrando que las propulsiones de agua se estrellaran contra la espalda de la chica.
Rachell buscó la boca de Samuel, sin miradas y sin avisos. Lo besó, bebiendo agua y saliva, en un beso húmedo y demandante.
Con una de sus manos se aferró a la mandíbula del brasileño, presionando con sus dedos las mejillas. Lo hacía sin cuidado, ante la urgencia por asaltar esa boca, que la hacía delirar. Aunque sus cuerpos estuviesen mojados, ella sentía sus labios sumamente secos. Necesitaban saciarse con los de Samuel, cambiando el ritmo a uno más lento, a ese que él empezaba a marcar, y un jadeo quedó atrapado en esa boca divina al sentir como propulsiones de agua irrumpieron entre sus muslos y en un hilo de cordura. Supo que él había utilizado la regadera manual.
Ese fue el inicio de una nueva entrega, de hacer que la locura volara alrededor de ambos. Agua y fuego, cómplices perfectos que hicieron del acto sexual una extraordinaria travesía.
Recién bañados, vestidos y con albornoz de tela de paño, se encontraban divirtiéndose frente al espejo. Samuel tenía entre sus manos el secador de cabello, mientras Rachell intentaba quitarle el aparato, ya que él hacía de sus cabellos un desastre al intentar ayudarle. Ante la renuencia de entregárselo, adivinó que lo hacía por maldad, así que no siguió luchando, dejándose hacer, porque no le ganaría. Sin embargo, con unas cuantas cepilladas, su melena sería manejable nuevamente y no ese desastre que se alborotaba sin control alguno.
Ella se limitó a mirarlo a través del espejo haciendo de las suyas, y aunque fuese el conejillo de indias, sonreía al ver el gesto de niño travieso en él.
—¿Quieres contarme lo que pasó con Thor? —preguntó una vez que él se cansó de su travesura. Y ella decidió peinarse el cabello con los dedos.
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Dulces mentiras amargas verdades (Saga completa)
RomanceEl director de una prestigiosa firma de abogados y exitoso fiscal del distrito de Manhattan Samuel Garnett, vive sin restricciones, experimentado, aventurero, apasionado e intenso. No le gustan los compromisos y se verá envuelto en una explosión de...