Su mañana había sido estupenda, Thor había sido maravilloso como siempre, haciéndola reír y olvidar todos sus problemas, y claro, también estaban los besos, esos increíbles besos que la transportaban y casi la hacían perder razón. Ya había perdido la cuenta de cuantas veces se habían besado, y se sentía perversa y frenética al tener la certeza que ya ni los dedos de sus manos y pies juntos le alcanzaban para contarlos.
Al volver a su casa, su madre estaba encerrada en el gimnasio con su entrenador personal, no quiso tomarse la molestia e intentar saludarla, sabía que, como era su costumbre la ignoraría. Por el contrario, decidió subir directamente a su cuarto, se bañaría y estaría lista para irse a la universidad. Al bajar casi una hora después, se encontró con su madre en el recibidor principal.
—Hola Meg, voy a tomar un baño, tu padre hoy nos acompañará en el almuerzo.
Megan asintió sin decir nada y volvió a su cuarto. Una hora más tarde, le fue anunciado que ya podía pasar a la mesa. Su madre estaba sentada en uno de los extremos, tan regia como siempre, con el cabello tan arreglado como si hubiera ido al salón, la piel luminosa y su esbelto cuerpo envuelto en un veraniego vestido de gaza verde.
A la cabeza de la mesa, se sentaba su padre, con el rictus tenso, se había quitado el saco y la corbata, llevaba las mangas de la camisa recogidas hasta los codos y sus ojos grises brillaban apreciativos sobre ella. Como siempre, estaba evaluándola.
—Toma asiento —le ordenó en tono seco.
—Sí, señor.
Les sirvieron una sopa de setas y vegetales como entrada, Megan respiró aliviada, aquello le vendría perfecto. Al terminar, les llevaron una fuente con puré de patatas rojas, guisantes al pavor y salmón horneado al limón.
—Yo estoy bien Dilia, gracias —le dijo Megan en voz baja a la mujer del servicio que había empezado a servir el salmón en su plato.
Su padre descargó con fuerza los cubiertos sobre la mesa.
—¡No vas a empezar de nuevo Megan! —pidió Henry al ver la renuencia de su hija por comer.
—No, papá. —Megan, bajó la mirada al plato armándose de valor para probar bocado.
Dilia, condolida por su angustia, observó el plato de la sopa completamente vacío, le sonrió y apenas si sirvió un poco de puré y guisantes, con el salmón no pudo hacer más que pasar uno de los trozos más pequeños que había en la fuente.
—Deja de mirar la comida como si fuera basura —murmuró Henry desviando la mirada a su propio plato.
Apretó los labios y aguantó las ganas de llorar, tomó los cubiertos y empezó a cortar el salmón en trozos, sin comer ninguno, tan sólo cortándolo tantas veces como le fue posible.
Habían sido justamente las críticas de su padre las que la habían motivado a tomar aquella decisión, quería ser bonita, quería que él se sintiera orgulloso de ella.
Aún recordaba el día en que se indujo el vómito por primera vez, aquella mañana él le había dicho que debía hacer un esfuerzo extra, que era demasiado pequeña y su cuerpo engordaba fácil, que se debía sacrificar más que las demás.
Semanas después, cuando alcanzó el peso que deseaba, sólo la ignoraba como habitualmente lo hacía, no había sido suficiente para él, y desde entonces, nunca fue suficiente para ella tampoco.
—Come de una bendita vez, Megan —siseó su padre al ver que seguía dándole largas a la comida.
—Dale un respiro, Henry. —intervino su madre—. Sabes perfectamente que está en recuperación, además se ha tomado toda la sopa, es suficiente, ¿qué más quieres? Deja de presionarla.
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Dulces mentiras amargas verdades (Saga completa)
RomanceEl director de una prestigiosa firma de abogados y exitoso fiscal del distrito de Manhattan Samuel Garnett, vive sin restricciones, experimentado, aventurero, apasionado e intenso. No le gustan los compromisos y se verá envuelto en una explosión de...