CAPÍTULO 23

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El avión privado de la familia Garnett, sobrevolaba el océano Atlántico a una altura de 33.000 pies con destino al aeropuerto Charles de Gaulle (CDG) en París.

En la aeronave, iban Sophia, Oscar, Silvia, Diogo y Gina. Lamentablemente y por compromisos laborales Reinhard e Ian no pudieron viajar. Thor tampoco lo hizo, por no dejar a Megan, ya que la chica no obtuvo el permiso de sus padres. Sin embargo, Rachell sabía que contaba con el apoyo de todos los que estarían ausentes.

En uno de los asientos de tapicería de cuero en color crema, se encontraba Samuel sentado con las piernas abiertas y los pies apoyados encima del asiento, en el espacio que quedaba en medio iba Rachell sentada con la espalda apoyada en el cuerpo masculino.

Samuel le apoyaba la barbilla en uno de los hombros, mientras observaban en el iPad la rueda de prensa a la que Rachell había acudido el día anterior y que él no pudo asistir por estar trabajando en el caso de su madre junto a Carl Joseph.

Durante la semana no habían logrado verse ni un solo día, porque sus obligaciones laborales les exigían más tiempo del que verdaderamente querían.

—Siempre tiene que estar el salido que haga preguntas personales. —dijo Samuel ante la pregunta que le acababan de hacer a Rachell en el vídeo, acerca de su familia y ella evidentemente se puso nerviosa, pero supo sortear la situación.

Rachell iba a darle una respuesta a Samuel, pero en ese momento llegó una azafata con un carrito, apenas y se daban cuenta que era hora de comer. La mujer rubia de ojos marrones y amplia sonrisa les mostró los alimentos.

El olor de la avena cocida con leche inundó las fosas nasales de Rachell e inmediatamente la repulsión la sacudió, al ver el alimento, aunque decorado con trozos de manzana verdes y espolvoreado con canela molida no pudo contra sus impulsos, ni contra las reacciones que le provocaba. Brincó del asiento y corrió al baño, suplicando interiormente que le diese tiempo de llegar.

Samuel quedó pasmado al igual que todos los presentes ante la carrera de Rachell. Apenas entró al baño le pasó seguro a la puerta y no le dio tiempo de vomitar dentro del retrete. Una vez más después de muchos años experimentaba la misma sensación.

Y era tan poderosa que podía sentir la mano tapándole la boca y sofocándola hasta que el vómito le saliera por la nariz.

—No quiero, no me gusta... no me gusta. —Repetía su vocecita infantil como una letanía en su cabeza—. Por favor no me gusta. —mientras las lágrimas se le desbordaban y todo el cuerpo le temblaba.

Tienes que comértela, cómetela. —escuchaba la exigencia de esa voz que tanto odiaba y como los dedos embardunados de avena irrumpían con violencia en su boca. Abriéndola y obligándola para que la cucharada, repleta de alimento que sucedía a los dedos, entrara.

Y a esa sucedía una, tras otras cucharadas sin descanso, hasta que la boca rebosara de avena y entonces para que la tragara le tapaba la boca y en algunas ocasiones la nariz para que no pudiera respirar y se viera obligada a tragar y aunque lo hacía, enseguida el asco era más poderoso y terminaba devolviendo la comida.

—Voy a limpiarlo, voy a limpiarlo. —decía con la voz quebrada por el llanto y el pánico. Consciente de lo que le esperaba.

En ese momento se mezclaban pasado y presente y dentro del pequeño baño del avión Rachell se ponía de rodillas y agarraba con manos temblorosas las servilletas de papel y limpiaba el vómito que había caído en el suelo del baño.

—¡Rachell! —la voz de Samuel la sacaba de ese maldito trance en el que se había sumido—. Rachell abre, ¿qué te sucede? —preguntaba tratando de forzar la puerta.

Dulces mentiras amargas verdades (Saga completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora