El famoso festival Shakespeare In The Park que se lleva al cabo durante los meses de junio y julio en el Central Park, pone en escena dos obras al azar del famoso escritor, con la colaboración de actores célebres del teatro y el cine, y es por excelencia una de las grandes tradiciones veraniegas de Nueva York.
El famoso parque, pese a su magnitud, solía atestarse con más gente de lo habitual durante los días del festival, histéricos equipos logísticos, maquinaria, elementos de escenario, y gente de lo más particular se estrellaban unos con otros a lo largo del día.
Sin embargo, eso no representaba un impedimento para que Samuel interrumpiera su rutina semanal. Procuraba salir a correr al menos tres días a la semana, y éste era justamente uno de ellos. El sol sobre su cabeza picaba despiadado, su pantalón de chándal negro y su camiseta de algodón se habían empapado de sudor rápidamente, su reloj deportivo marcaba 120 pulsaciones por segundo, y sus auriculares bañaban sus oídos con Slide Away de Oasis. Esquivó sonriendo a varios niños, y aumentó la velocidad.
Realmente disfrutaba sus mañanas, pero no sería tan tonto como para engañarse tan estúpidamente, no era sólo el bonito día, o las endorfinas navegando en sus venas por la actividad deportiva. No, sabía que había algo más, y ese algo tenía nombre propio: Rachell Winstead.
Debía tomar distancia, lo sabía, esa parte supuestamente racional en su mente se lo repetía una y otra vez, pero cómo escucharla después de haberla besado de esa manera, después de haber disfrutado de su pasión, de cómo se había movido sobre su cuerpo dándole placer, y aquello ni siquiera alcanzaba la categoría de abrebocas, había sido muy poco, y aun así, estaba completamente loco por repetirlo. Y claro, quería más.
Pero él no podía perder concentración en lo verdaderamente importante, debía mantenerse enfocado y no arriesgarlo todo por un par de piernas. Pero había que ver qué piernas eran las de Rachell. No lo negaba, la mujer estaba buenísima, era preciosa y su cuerpo lo ponía sediento, era impetuosa y apasionada, y parecía llevar en sus ojos la promesa de llevarlo al delirio en la cama.
Un grupo de estudiantes de algún colegio católico pasó por su lado entre risitas murmuradas, él sonrió sin mirarlas intentando evadir lo que su cerebro le gritaba. Al final no tuvo más remedio que escucharlo. Había algo más, algo que él no podía descifrar, algo acerca de Rachell que lo halaba, que lo hacía querer desear estar en su presencia, provocarla, verla rabiar, hacerla enfurecer. Pero también quería verla sonreír y tal vez compartir con ella varias de las cosas que disfrutaba en la vida, aunque había sido un juego de insinuaciones en el club, de verdad quería enseñarle Capoeira, el puto lío era que no entendía por qué.
Ella era una distracción, por tal razón debería evitarla. Empezó a repetírselo mentalmente, una y otra vez, lo haría hasta convencerse. Entonces una chica le bloqueó el camino con toda intención, haciéndolo detenerse. Después de un minuto logró reconocerla, con ropa deportiva y un mejor semblante casi parecía otra persona, su gesto se endureció cuando lo asaltaron varias emociones a la vez: rencor, simpatía, rabia y lástima, todas tan de repente que la cabeza le daba vueltas.
Se quedó en silencio admirando la belleza y jovialidad en ella, tenía una sonrisa hermosa y ojos grises, un gris impactante, no verdes oliva como le pareció hacía varias noches en el estacionamiento, no, eran brillantes con pequeñas pintas verdosas, casi amarillas cerca de la pupila. La muchachita tenía una cara muy bonita.
—Hola, ¿no me recuerdas? —le preguntó ella sonriente.
—Sí...sí, claro que te recuerdo —respondió Samuel quitándose los audífonos—. Megan, ¿verdad?
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Dulces mentiras amargas verdades (Saga completa)
RomanceEl director de una prestigiosa firma de abogados y exitoso fiscal del distrito de Manhattan Samuel Garnett, vive sin restricciones, experimentado, aventurero, apasionado e intenso. No le gustan los compromisos y se verá envuelto en una explosión de...