CAPÍTULO 5

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"El hombre sano no tortura a otros, por lo general es el torturado el que se convierte en torturador".

Karl Gustav Jung

Henry Brockman se encontraba en su oficina intentando revisar los estados de las tarjetas de crédito de Megan y de Morgana, pero Rachell revoloteando en su cabeza no le permitía concentrarse. Deseaba a la chica cada vez con más intensidad, su rechazo solo avivaba en él las ganas de poseerla, no solo imaginaba constantemente cómo sería tenerla bajo su cuerpo, Rachell también había invadido sus sueños, excitándolo en las noches, y llevándolo a la odiosa frustración de conformarse con su esposa.

Necesitaba encontrar la manera en que lo aceptara, que le brindara la oportunidad que anhelaba, el único maldito impedimento era el imbécil del fiscal. Sin él, todo sería distinto, tenía esa certeza, todo había sido distinto hasta que él había aparecido en escena.

En aquellos días ella aceptaba sus avances, de hecho, se le había insinuado, y él por haber pretendido ser un caballero, decidió no presionarla, quería disfrutar de ella lentamente, tal como se disfruta de las mejores cosas en la vida. Ahora ella parecía estar en alguna clase de relación con el abogadillo de quinta, pero encontraría la manera de acceder a ella, toda mujer tenía un precio, o al menos algo por lo que canjearse, un punto débil sobre el cual ejercer presión. Rachell no sería la excepción, evidentemente el dinero ahora no le importaba, pero ya encontraría algo con lo que presionarla, acorralarla y tenerla solo para él.

Necesitaba empezar a hurgar en su pasado, tal vez hacer un viaje a Londres y reunirse con su examante Richard Sturgess, ya encontraría la manera de idear un plan en el que el británico no pudiera rechazar una improvisada reunión, y si no podía obtener ninguna información provechosa, escarbaría más a fondo, tal vez averiguaría detalles de su familia en Las Vegas.

Rachell Winstead se movía por el mundo como si estuviese sola, como una sombra sin pasado, así que seguramente lo estaba escondiendo deliberadamente, y eso solo significaba una cosa: ese era su talón de Aquiles.

En ese momento una suma realmente exagerada en el estado de cuenta de la tarjeta de Morgana, alejó de inmediato a Rachell de su mente. Desconcertado vio como un gasto tras otro parecía ser más excesivo que el anterior. La maldita mujer estaba derrochando demasiado dinero.

Descargó los estados de cuenta de su esposa y tomó los de Megan. Ella, al contrario de su madre, parecía haber reducido considerablemente sus gastos, tal vez estaban saliendo juntas más seguido. Pero Henry Brockman no era un hombre de suposiciones, él siempre iba hasta el fondo de todo hasta estar por completo seguro, así que levantó el auricular del teléfono y marcó a su casa, esperó y esperó, al tercer tono Lucía contestó.

—Buenas tardes, residencia Brockman.

—Lucía, pásame a Morgana —pidió sin siquiera saludar a la mujer del servicio.

—Disculpe señor Brockman, la señora Morgana no se encuentra.

—¿Dónde está metida? —gruñó de mala gana.

—No lo sé señor, solo me informó que regresaría en unas horas —respondió la mujer con precaución.

—Bien... gracias. —Colgó y marcó al teléfono móvil de su esposa. Lo hizo tres veces, pero en todos sus intentos las llamadas fueron desviadas al buzón de voz.

Si había algo que le molestase, era que no atendieran sus llamadas, dejó libre un pesado suspiro y colgó con más fuerza de la necesaria mientras revisaba cada compra que la mujer había hecho, tres de ellas en tiendas de ropa.

Dulces mentiras amargas verdades (Saga completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora