Thor maniobraba con la bandeja para que nada se derramara y terminar haciendo un desastre; caminaba con lentitud, lo que de cierta manera lo exasperaba, definitivamente no estaba hecho para eso y no sabía de dónde diablos le salían las genialidades que últimamente no podía evitar.
—Parezco un viejo artrítico —masculló, subiendo el último peldaño de cristal de la escalera aérea.
Al estar en el corredor se llenó un poco más de confianza y caminó con más seguridad, llegó a la puerta de su habitación y la abrió, encontrándose a Megan aún dormida bajo las sábanas, como si fuese una mariposa en su capullo, no pudo evitar sonreír al ver la manera tan peculiar de dormir.
Con cuidado colocó la bandeja sobre su escritorio personal y como un tigre que acecha a la presa, con sutil maestría subió a la cama y poco a poco fue descubriéndola.
—¿Cómo amanece mi chica? —preguntó con voz entre juguetona y tierna—. Despierta dormilona, pensé que nadie podía ganarme excepto los koalas.
Megan despertó aturdida, no sabía dónde estaba, durante segundos pensó que se encontraba soñando, pero al ser consciente de su novio muy cerca de su rostro y del dolor de su cuerpo que se reveló cuando se movió, supo que era la más bonita realidad. Se sentía como si hubiese corrido por días sin descanso y los músculos de la parte interna de sus muslos eran los que más adoloridos se encontraban.
No era una molestia insoportable, más bien era como si fuese producto de cansancio; sin embargo, no pudo evitar sonreír al ver el cielo brillante, tan pero tan cerca que podría verse reflejada en él, esos iris celestes, eran lo más hermoso que hubiese visto y entonces los recuerdos de todo lo vivido arrasó como una avalancha, asegurándole que todo era real.
—¿Estás bien? —preguntó algo desconcertado al verla aturdida.
Megan asintió en silencio, ampliando su sonrisa para que creyera en el gesto.
—¿Te duele algo? —Él sabía que debía dolerle y que estaría inflamada, pero quería saber hasta qué punto.
La chica negó con la cabeza, mintiéndole a su novio porque, claro que le dolía, era lógico después de que lo despertase en la madrugada para que le confirmara lo que era ser mujer, que la hiciera vivir todas esas sensaciones que la azotaban mientras él irrumpía en ella.
—¿Y quieres darme los buenos días o repetir que me quieres tantas veces como lo hiciste en la madrugada? —Continuó sus preguntas perdiéndose en el cándido rostro de Megan, que se encontraba sin maquillaje y la hacía lucir como la niña que le alteraba los latidos.
—Thor... —murmuró llevándose una mano para cubrirse la boca—. Te lo diré, pero primero debo ir al baño... —No quería hablarle de cerca después de haber dormido por varias horas, su aliento no sería de flores precisamente.
—Tonta —dijo retirándole con una mano la de ella y con la otra la tomó por la nuca acercándola y dándole un arrebatado beso de buenos días, uno que despertaba latidos en el cuerpo adolorido de Megan y que avivaba la fuente de sus fluidos—. Ves que divinos son los besos así —dijo él saboreándose los labios y ella solo asentía tratando de encontrar el aliento y llenar sus pulmones.
—Buenos días, novio mío —murmuró posando sus manos a ambos lados del cuello del rubio y sintiendo que el frío se apoderaba de sus pezones, lo cual le advirtió que se encontraba desnuda, la sábana había descendido en medio del beso.
—Buenos días, novia mía... —Bajó un poco la cabeza y detuvo el rostro frente al pecho de la chica—. Están ansiosas mis tetitas preferidas. —Chupó cada pezón con gentileza, arrancándole jadeos a Megan—. Se esperan unos minutos que primero vamos a reponer fuerzas —le habló a los pechos en medio de gestos infantiles, para después ponerse de pie e ir por la bandeja.
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Dulces mentiras amargas verdades (Saga completa)
RomanceEl director de una prestigiosa firma de abogados y exitoso fiscal del distrito de Manhattan Samuel Garnett, vive sin restricciones, experimentado, aventurero, apasionado e intenso. No le gustan los compromisos y se verá envuelto en una explosión de...