CAPÍTULO 28

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Al abrir la puerta, su mirada fue captada por Rachell acostada en la cama. Llevaba puesto el mismo vestido. La triste luz del velador sobre la mesa de noche creaba sombras en su rostro, iluminándolo sutilmente. Dio un paso dentro de la habitación y cerró la puerta.

En ese momento las imágenes del vídeo cobraban vida frente a sus ojos y se preguntaba por qué Rachell no se lo había contado.

Sentía que la molestia empezaba a germinar. Estaba seguro de que no era una cualquiera. Vio sinceridad en los ojos de Sturgess cuando le confirmó que había sido el primer hombre en la intimidad de Rachell; sin embargo, antes de eso se exhibía provocando a los hombres y alimentando el morbo a cambio de un pago, eso era lo que precisamente lo tenía liado.

Acortó la distancia que lo alejaba de la cama y al estar frente al lecho se puso de cuclillas. Con su mirada acariciaba el rostro de la chica, en el cual se marcaban claramente las huellas del llanto. El maquillaje estaba hecho un desastre; no obstante, la belleza no se opacaba. Definitivamente era algo que Rachell no esperaba y que no merecía; él era consciente de todo lo que se había esforzado los últimos días para que todo fuese perfecto, del entusiasmo que mostraba con acciones y palabras.

Ella anhelaba crecer como diseñadora y no había elegido el camino fácil, trabajaba duramente para ganar reconocimiento. Él mismo la admiraba por eso y alguien con su mala intención se había burlado de toda esa dedicación.

No descansaría hasta averiguarlo y no cesaría hasta que al menos con Rachell lograra hacer algo. Lo que sentía por ella era intenso, nunca había sentido de la misma manera. Nunca pensó enamorarse y ahí estaba como un tonto con los latidos del corazón acelerado.

Con las yemas de sus dedos le acarició el hombro expuesto, mientras recordaba las palabras de Rachell, en las que le confesaba que había estado en varias oportunidades a un respiro de morir y entonces esa misma sensación de que el corazón se le empequeñecía la vivía con la misma intensidad.

Por experiencia propia, sabía que cuando se evitaba hablar del pasado era porque no había sido el más envidiable y las pocas veces que colindó en el pasado de Rachell la mirada de ella era esquiva, hasta llegar al punto de suplicarle no ahondar más.

Hasta ahora, solo conocía a Rachell Winstead la diseñadora, tal vez un poco de la Rachell Winstead de Las Vegas; pero de la Rachell Winstead de Tenopah lo único que sabía era que una vecina le enseñaba francés y que su abuela tenía conocimientos de meteorología muy arcaicos; pero no sabía nada más, nada de padres, ni hermanos, mucho menos novios antes de Sturgess. Esa Rachell era un completo enigma y podía jurar que escondía grandes demonios como lo hacia él también.

La puerta de la habitación se abrió y apareció Oscar, quien no pasó del quicio.

—Puede quedarse, ya es tarde para que regrese. Yo voy a intentar dormir en el sofá, así que hay espacio en la cama.

—Gracias Oscar, prometo no despertarla —dijo en voz muy baja evitando romper la promesa que acababa de hacer.

El moreno de ojos grises asintió en silencio y una vez más cerró la puerta, apartándolos del mundo exterior en ese pequeño dormitorio. Un lugar que protegía a Rachell, un lugar donde nadie le haría daño.

Se puso de pie y circundó la cama, sentándose con cuidado al otro lado. De espaldas a ella, se quitó los zapatos y el saco. También se desfajó la camisa y desabotonó los puños. Se acostó girando sobre su lado izquierdo y la abrazó por detrás, perdiéndose en el aroma que los cabellos ébanos desprendían.

Pasó su brazo por el torso de la chica y la pegó más a su cuerpo. Le tomó la mano y su mirada se ancló en el cordón de cuero negro del cual colgaba el dije del águila y el de él también estaba ahí, podía sentirlo, aunque el puño de la camisa no se lo dejara ver.

Dulces mentiras amargas verdades (Saga completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora