CAPÍTULO 49

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Sophia con un traje de baño de dos piezas en color blanco y unos lentes de sol, estaba acostada en una de las tumbonas de ratán que se encontraban al borde de la piscina en el tercer piso de la residencia Garnett, disfrutando del maravilloso momento en que Reinhard le aplicaba con suaves masajes circulares protector sobre el vientre, que cada vez era más prominente y empezaba a subir un poco más, ya no se abultaba únicamente la parte baja.

En una mesa al lado había un vaso con leche helada, porque era lo único que calmaba la tortuosa acidez, también una gran variedad de fruta fresca picada en un recipiente de cristal, pero su debilidad eran las ciruelas y los kiwis.

Aún no lograba hacerse a la idea de vivir al lado de ese hombre y en un clima tan tropical al que empezaba a adaptarse. Reinhard Garnett era más de lo que le había pedido a la vida, era atento y amoroso. Admitía que extrañaba desesperadamente los momentos pasionales, su deseo aumentaba con los días y para su mala suerte no podía tener relaciones sexuales hasta que no pasara la etapa de riesgo. Según el doctor que la estaba tratando.

Anhelaba que el tiempo pasara rápido para poder conocer a sus hijos, o al menos ansiaba que en la próxima ecografía por fin pudiese saber el sexo. Ella se conformaba con que fuese un niño y una niña, pero le habían dicho que eso era imposible en su caso. Así que ya estaba preparada para criar a dos niños o dos niñas.

Aunque intentara parecer calmado y sonriente ella sabía que estaba muy preocupado por su sobrino y que si él mismo no se había embarcado en un avión para ir en su búsqueda había sido por petición de ella y era por la misma razón que no se atrevían a llamar a Rachell, por si no había llegado para no ponerla sobre aviso. Escuchó las puertas que daban al interior de la casa abrirse, seguido de unos pasos y Reinhard se puso de pie.

—En un minuto regreso —le comunicó dándole un beso en los labios y se alejó.

Reinhard fue al encuentro de uno de sus guardaespaldas.

—Buenos días, señor. Tenemos noticias —le anunció el hombre, de tez morena y ojos pardos.

—Vamos adentro. —Le pidió pasando de largo. Se ubicaron en la antesala que, aunque no podía esconderlos de la vista de Sophia si evitaba que los escuchara, lo que menos quería era angustiarla—. ¿Qué noticias me tienes? —preguntó deseando internamente que su sobrino se encontrase seguro.

—Hable con los pilotos, me confirmaron que tuvieron que viajar hasta el aeropuerto de Anchorage, porque al parecer la señorita Winstead se encuentra en la localidad de Valdez. Que está a unas seis horas de carretera.

—Sam es un caso perdido. Va a matarme de un disgusto, le dije que no condujera —dijo el hombre soltando un suspiro y frotándose la frente con preocupación—. ¿Saben si llegó? Porque no he logrado comunicarme con él su teléfono esta fuera de servicio.

—Sí señor, se registró en el Best Western, en el hotel de la localidad por unas horas, pero después se trasladó hasta unas cabañas que pertenecen al Best Western que están ubicadas a cuarenta minutos aproximadamente.

—Entonces si está con Rachell, debería llamar. No está cumpliendo el trato que hicimos —expresó como si Samuel pudiese escucharlo—. Gracias, Dominic. Voy a llamar a Rachell, si necesito algo más te avisaré.

El hombre asintió en silencio y se marchó. Reinhard regresó al área de la piscina donde se encontraba Sophia.

—Sam está con Rachell —le informó tomando un paño y quitándose los restos de protector solar que había olvidado—. Me gustaría poder comunicarme con él, solo para saber que llegó bien.

Dulces mentiras amargas verdades (Saga completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora