Samuel se encontraba en su oficina la torre Garnett, reunido con Charles Laughton, uno de sus abogados, quien le había traído el contrato del nuevo fichaje de los Mets. Los fuertes y elegantes dedos pasaban una a una las delgadísimas hojas del interminable contrato lleno de pequeñísimas letras. Estudiando el documento despacio con las cejas rígidas e inclinadas sobre el rictus en su frente.
—Dieciséis millones de dólares por dos años... creo que debí ser beisbolista y no abogado —comentó Laughton soltando un silbido.
—A veces pienso que es una exageración esto de los fichajes. —Estuvo de acuerdo Samuel con los ojos aún puestos sobre el contrato—. A Rodríguez los Marlins le están pagando ciento trece millones por seis años... Ya no tendrá de qué preocuparse por un buen tiempo. —Clavó su mirada burlona en Laughton—. Como beisbolista hubieses fracasado Charles, no ganas precisamente cantidades exorbitantes, pero al menos tienes para vivir bien, no te quejes... No conmigo.
—¡A la mierda contigo! Me voy a Glee —vociferó Laughton sonriente, azotando con la punta de los dedos el reposabrazos de su silla.
—Ve a ser un corrupto y a lamerle el culo a Jude Caine —le dijo Samuel, cerrando la carpeta en sus manos y acomodándose en su escritorio. Girando la silla, Samuel continuó el juego—. Cuando llegues a su pequeño edificio, no olvides darle mis saludos a Emma.
—Emma, maldita loca... No la quiero ver ni en pintura —silbó Laughton estremeciéndose. Samuel se rio con fuerza reclinando la cabeza sobre su mullido sillón de cuero—. Por cierto —Lo cortó Charles—. ¿No ha vuelto la pelirroja bajita? La que tenía el paraíso en las tetas.
—¿Te refieres a Carey? —preguntó Samuel agrupando todos los papeles en un enorme folio gris plomo.
—Sí, esa misma —ronroneó Charles.
—Regresó a Holanda.
—Lo pasaste bien con ella, ¿verdad?
Samuel se redujo a sonreír, mientras cientos de palabras no dichas cruzaban sus ojos.
—Es con la que te he visto pasar más tiempo, Garnett —siguió Laughton—. ¿Cuánto fue? ¿Una semana? —bromeó con sorna.
—Algo así como dos meses, más o menos... no era intensa, sabía darme mi tiempo, la verdad es que fue buena amiga y buena amante, creo que es lo importante. No hacía preguntas, ni se enrollaba.
—Todo lo contrario de Emma, hermano, lo último que haré nuevamente será tirarme a una fiscal... Son jodidas.
Samuel volvió a reírse de buena gana, conocía a Emma, la temible fiscal tenía delirio de militar
—Por cierto —retomó Charles—. Hace algunas semanas vi un pecado errante, con unas piernas y un culo hechos en el Edén, estaba en el ascensor, me dijo que era diseñadora de interiores o algo así, y que estaba redecorando en tu casa...
—Sí —lo interrumpió Samuel con la voz seca y cortante, mientras inadvertidamente apretaba entre su puño su lisa pluma Mont Blanc negra, y con la mano opuesta frotaba impaciente el pequeño zafiro solitario que estaba incrustado en la parte superior de la lapicera.
Varias sensaciones, emociones y pensamientos atravesaron su mente, de repente se había puesto en máxima alerta, sus entrañas se habían contraído y se sentía jodidamente molesto. Un algo indeterminado e irracionalmente territorial se abría paso en su interior.
—La señorita Winstead —Volvió a hablar con la voz tensa—. Es... —Entonces fue interrumpido por el suave pitido del comunicador de su secretaria—. Dime, Vivian —contestó tomando aire.
ESTÁS LEYENDO
Dulces mentiras amargas verdades (Saga completa)
RomanceEl director de una prestigiosa firma de abogados y exitoso fiscal del distrito de Manhattan Samuel Garnett, vive sin restricciones, experimentado, aventurero, apasionado e intenso. No le gustan los compromisos y se verá envuelto en una explosión de...