CAPÍTULO 43

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Regresaba trotando al departamento sintiéndose un poco más calmado, se había liberado ligeramente del extraño peso que se le había posado en el corazón, así como el vacío en el pecho no lo dejaba respirar, era como si el rechazo de Rachell tuviese el poder para desequilibrarlo física y mentalmente.

Más de una vez tuvo que calentarse las manos con el aliento mientras atravesaba el paso peatonal, porque el frío se le había metido en cada poro. Apenas si podía controlar el temblor en su cuerpo y anhelaba un poco de calor.

Se sintió reconfortado ante la calidez que le brindó el vestíbulo del edifico, aunque la intensa claridad de los fluorescentes le resultó molesta a sus pupilas. En el corredor que lo llevaba a los ascensores privados, se encontró a la familia compuesta por padre, esposa y mellizos, que vivían en la primera planta y que también eran clientes de la firma Garnett. Por cortesía les dedicó un fugaz saludo y ellos correspondieron de manera cortes.

Entró al ascensor y dejó que su cuerpo agotado descansara contra el acero inoxidable, elevó la mirada a la lámpara y cerró los ojos, sentía como el estorboso nudo en su garganta no bajaba, ni porque llorara o tragara. Estaba ahí torturándole agónicamente. Eran unas ganas de llorar que no podía erradicar.

Era una tortura, querer odiar a Rachell y amarla, era la peor sensación que había sentido en años.

—Si has decidido ponerle punto final a lo que te ofrecía, pues así será. Sé que me tomará tiempo hacerlo, pero soy constante y cuando me propongo algo no descanso hasta conseguirlo y estoy seguro de que vas a terminar importándome una mierda Rachell Winstead. No eres la única mujer sobre la tierra, seguro habrá otras que sepan despertar en mí las mismas emociones, estás que se han convertido en una puta necesidad.

Sintió cuando las puertas del ascensor se abrieron, por lo que abrió los ojos enfocando su destino que era la sala de su departamento, que le daba la bienvenida brindándole un poco más de calor, uno que verdaderamente necesitaba.

Necesitaba tomar algo caliente para que los sutiles temblores que sentía recorrerle el cuerpo se esfumaran. Lo primero que le pasó por la cabeza fue un café, pero sabía que si tomaba no podría dormir y debía levantarse temprano, había quedado con unos compañeros de la fiscalía para ir al polígono y practicar un poco, estaba seguro de que debía mantener su excelente puntería.

Un té sería una pérdida de tiempo, aunado a que nunca le habían gustado. Así que su mirada se deslizó hasta el bar y la botella de whisky lo sedujo, nada mejor para entrar en calor que un poco de alcohol.

Caminó hasta el otro extremo de la sala donde se encontraba la barra que dividía al bar, buscó en el mueble una botella, eligió la etiqueta negra y agarró un vaso de cristal liso.

—Lo que no cura el whisky, no tiene cura—murmuró mientras sus pupilas bailaban siguiendo al líquido ámbar que llenaba el vaso—. Walker es hora de que me ayudes un poco.

Dejó la botella a un lado y se hizo del vaso, dándole un gran trago, sin lograr beberse todo el contenido, saboreó acostumbrándose al calor del alcohol en su garganta y sin pensarlo se bebió el resto.

El calor que le brindaba la bebida era realmente agradable, tan solo necesitaba otro trago, largarse a su habitación, darse una ducha y dormir.

No obstante, un trago le pedía otro y otro, sentía que la bebida lo ayudaba a alivianar su pesar, más que correr por horas, más que llorar por días, más que maldecir a la eternidad.

Media botella de whisky envenenaba su sangre que corría caliente y presurosa por sus venas y la otra mitad esperaba por ser bebida. Samuel no se había movido un ápice, seguía ahí con la mirada perdida en las luces que adornaban a la nocturna Manhattan.

Dulces mentiras amargas verdades (Saga completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora