Samuel y Rachell se miraban sonrientes mientras trataban de comer las hamburguesas que les habían servido y que estaban seguros no alcanzarían a consumir en su totalidad.
—Esto me hará salir una barriga espantosa —murmuró divertida, agarrando la jarra de cerveza—. No es lo que acostumbro a cenar.
—Aprovecha, cuando regreses a Nueva York podrás internarte en el gimnasio —dijo Samuel alzando su jarra y chocándola con la de ella—. Solo disfruta el momento.
—Lo estoy disfrutando, me encanta este lugar... Si no fuese tan cosmopolita y no me encantara diseñar, podría vivir aquí, es verdaderamente hermoso, tanta naturaleza, todo apartado del bullicio, parece haberse quedado detenido en el tiempo. —Recorrió con su mirada el local donde se encontraban, que era de madera, con ventanas de cristales y el olor a roble reinaba en el lugar.
—Sin duda alguna, más específicamente en los 80, creí que esas cosas ya no existían. —Ladeó la cabeza sutilmente señalando la Rockola a un lado de la entrada.
—Te dije que debíamos traer la cámara, hemos perdido la oportunidad de fotografiarla, me pregunto si funcionará o solo va con la decoración. —Terminó de decir y se llevó la hamburguesa a la boca, teniendo que abrir demasiado la boca para morderla, al hacerlo la salsa rodó por una de sus comisuras y apenas podía masticar y sonreía.
Samuel en un impulso se incorporó y se echó hacia adelante, pasándole la lengua, le retiró el hilo de salsa blanca y se dejó caer sentado nuevamente.
Rachell agarró la servilleta y la agitó delante de él, mientras seguía masticando, al tragar le dijo.
—Tengo servilletas.
—Yo quiero ser tu servilleta —dijo mordiéndose el labio inferior, provocando el deseo en ella.
—Hay personas aquí Samuel... El sitio está lleno y no les gustará lo que haces.
—Si te fijas, nadie se volvió a mirarnos, todos están en sus propias conversaciones y son personas adultas, con camisas de cuadros y pantalones de mezclilla —dijo sonriendo y su mirada fue captada por el dije de un águila en la pulsera de Rachell, para después mirarse la de él, que era un halcón, quería saber cuál era el significado y por qué la vendedora de artesanía indígena no quiso cobrar nada por ellas.
Rachell se quedó mirándolo a medio masticar y podía jurar que podía leer sus pensamientos, por lo que trató de disimularlo tomando un gran trago de cerveza y seguidamente le dio otro mordisco a su hamburguesa, atragantándose mientras despejaba sus pensamientos y al mismo tiempo inventado un tema de conversación que la llevase lejos del de los dijes colgando de sus muñecas.
—¿Sabes jugar billar? —preguntó Rachell desviando la mirada a la mesa al final del local.
—Un poco... Nunca me ha llamado la atención, pero si quieres podría explicarte, espero y le agarres la técnica más rápido que al esquí acuático —dijo sonriente.
—No me lo recuerdes que aún me duele el culo. —Hizo un puchero y sonreía, recordando su aventura durante la tarde en el lago, donde Samuel la sorprendió al esquiar perfectamente en el agua y que le había dicho que los deportes acuáticos se le daban muy bien, había crecido en la costa, en Brasil casi todos saben, esquiar o surfear—. Pero acepto que me enseñes a jugar billar.
—Después de la cena lo haremos, si quieres nos podemos quedar un día más.
—Me encantaría, me gusta mucho Flagstaff, pero ya estamos muy cerca del Gran Cañón... Prefiero que nos quedemos más tiempo en el parque, hay tanto por ver, sé que lo hay, hace un par de años estuve decidida a realizar este viaje y me estudié todas las guías turísticas. —Le regaló una sonrisa a la señora que retiraba los platos con medias hamburguesas.
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Dulces mentiras amargas verdades (Saga completa)
RomanceEl director de una prestigiosa firma de abogados y exitoso fiscal del distrito de Manhattan Samuel Garnett, vive sin restricciones, experimentado, aventurero, apasionado e intenso. No le gustan los compromisos y se verá envuelto en una explosión de...