Henry Brockman llegaba a su casa después de una mañana extenuante de trabajo, odiaba trabajar los sábados, tal vez no hubiese llegado a su casa para el almuerzo si Emily Black, la chica nueva del departamento de nómina hubiese aceptado su invitación, pero hasta ahora la joven se mostraba renuente a sus insinuaciones ¡Ya caería¡, lo sabía, sin embargo, sólo la quería para pasar el rato, porqué la única mujer que le quitaba el sueño, seguramente ya había abordado un avión que la llevaría a Bélgica, según había conseguido enterarse.
Sentía una mezcla extraña, algo como celos y envidia del fiscal imbécil que se la estaba llevando a la cama, cuando debía ser él, cuando quería ser él el dueño de los orgasmos de Rachell Winstead, de su cuerpo, anhelaba a esa mujer.
Ella le despertaba emociones cómo sólo una lo había hecho. Su mirada captó a Megan en el jardín cerca de la piscina, aguzó la vista para ver lo que tenía, desde la distancia observó una jaula, lo que le pareció extraño, así que se acercó.
—¿De dónde has sacado a ese animal? —preguntó pagando las molestias que lo embargaban con su hija.
—Se llama Tyrion, es un hámster ¿te gusta? —le contó ella con una sonrisa.
—Sabes que no me gustan los animales en casa, sólo dañan las cosas.
—Papá, el no saldrá de su jaula, no dañará nada.
—No importa, quiero que te deshagas de esa cosa que parece una rata.
—No es una rata, y no me voy a deshacer de Tyrion, es mi mascota, al menos él parece escucharme más que tú cuando le hablo.
—¿Y ahora le hablas a los animales? Megan, ¿estás asistiendo a tus citas con el psicólogo?
—Claro que voy, puedes llamarle y preguntarle, es normal que le hablemos a los animales. ¿Qué culpa tiene el mundo que mi padre sea un insensible? —exclamó ofendida, guardó a Tyrion en la jaula y se lo llevó a su habitación.
—Hablaré con tu madre, no quiero a esa cosa rondando por ahí. —le advirtió su padre—. Porque te descuidas y la tiro a la calle... baja a almorzar de una vez.
Henry subió las escaleras y entró a la habitación matrimonial, mientras se quitaba la corbata escuchó una risa que hizo que el corazón se le detuviese, no podía creerlo, dolores enterrados resurgían abruptamente. Vio a su esposa acostada en la cama observando un vídeo, y ahí estaba ella reflejada en la pantalla con su maravillosa sonrisa mientras bailaba, vestida de blanco, como cuando la conoció. Su corazón dio un brinco dentro del pecho y las lágrimas se le arremolinaron en la garganta.
—Amor mira —le habló Morgana—. Ha llegado este vídeo para ti, según el sobre dice que es para la publicidad de tu vida... la verdad no sé qué tiene que ver esta chica, seguramente es una modelo extranjera, es muy bonita, mira nada más que cabello tan hermoso tiene, creo que me pondré extensiones para que se me vea igual. —Henry no hacía más que ver la pantalla del televisor—. Ahora, no sé si quieren la edición con esa calidad, ese tono sepia no me gusta, prefiero la calidad de alta definición.
Henry no conseguía articular una sola palabra, estaba mudo, perdido en la chica del vídeo, sumido en su dolor y en su tristeza, en su propio odio, aún no lo superaba, aún se odiaba. Se aclaró la garganta un par de veces temiendo que sus palabras flaquearan.
—Quita eso Morgana —le pidió con voz temblorosa, y cómo si una centella lo impactará, salió del trance y se encaminó al baño encerrándose.
Las lágrimas y las emociones creaban un vórtice dentro de él y lo ahogaban. No pudo soportarlo más y empezó a llorar como un niño, mientras los latidos de su corazón parecían enloquecer con el paso de los segundos. La extrañaba, la extrañaba tanto y le dolía tanto, jamás podría perdonarse, y no podía adivinar quién coño lo estaba lastimando de esa manera. ¿Qué hijo de puta estaba interesado en removerle todo por dentro? ¿Quién podía estar llevando a cabo un juego tan macabro en su contra?
—Amor —lo llamó Morgana con su característica voz aniñada—. ¿Te aviso cuando hayan puesto la mesa?
—No, no tengo hambre —respondió intentando encubrir el ronco tono que las lágrimas habían dejado en su voz al abrir el grifo—. Baja tú, voy a descansar, quiero descansar... no me jodas la vida Morgana.
—Ay que humor —se quejó su mujer—. Bueno, como prefieras. —Salió de inmediato, había algo extraño en Henry, pero hacía mucho había dejado de importarle, desde que su amante había entrado en su vida, nada de lo que su esposo dijera lograba lastimarla.
Al escuchar la puerta de la habitación cerrarse, Henry salió del baño y se acercó al televisor, Morgana había lo dejado encendido, con el vídeo pausado en la maravillosa sonrisa de la chica de blanco. Sus lágrimas volvieron a desbordarse incontenibles. Agarró con furia el sobre en el cual había llegado el vídeo, tenía un adhesivo que decía "Henry Brockman" encabezándolo, no quedaban dudas de que era para él, "La publicidad de tu vida". Nunca había sido bueno para los acertijos, ni para leer entre líneas, ni para ninguna mierda de esas, primero se lo hicieron con las fotos de Sébastien y ahora con aquel doloroso vídeo.
Quien quiera que fuera quería desenterrar un pasado que él intentaba olvidar todos los días de su vida, un pasado que aún dolía y que no se perdonaba, no porque se arrepintiera, sino porque lo añoraba y ya no lo podía tener. Se acercó más a la pantalla y acarició el rostro de la chica con dedos temblorosos, mientras que los sollozos que salían de su garganta se dispersaban en su habitación.
—Sé que nunca me vas a perdonar... no tengo perdón... fui un cobarde, un maldito cobarde.
Seguía anhelando tan desesperadamente su perdón.
Nota: Como este capítulo es muy corto, ahora por la tarde les traeré otro.
¿Qué piensan que es eso que afecta tanto a Henry?
ESTÁS LEYENDO
Dulces mentiras amargas verdades (Saga completa)
RomanceEl director de una prestigiosa firma de abogados y exitoso fiscal del distrito de Manhattan Samuel Garnett, vive sin restricciones, experimentado, aventurero, apasionado e intenso. No le gustan los compromisos y se verá envuelto en una explosión de...