CAPÍTULO 9

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Subió a la camioneta y se dirigió a Children's Dreaming, quería informarse acerca de la evolución de Julian.

Había tenido su última cirugía y sabía que dentro de poco le darían de alta, pero no lo harían hasta que no tuviese una familia segura que se hiciera cargo de las terapias musculares, esperaba que el juez consiguiera aptos a Logan y a su esposa. Inevitablemente miró por el retrovisor al guardaespaldas que lo venía siguiendo en compañía de Jackson.

Aparcó en el estacionamiento y se dirigió hacia una de las puertas laterales, que lo conducía a la recepción por un pasillo que al lado derecho tenía una pared de fondo blanco, decorada con vinilos infantiles que combinaban gustos para ambos géneros.

Había hadas, castillos rosados sobre nubes trazadas de varios colores y coronados por arco iris. Algunos animales como leones, elefantes, jirafas y trenes multicolores. Todo lo que pudiese llamar la atención de los niños.

Al otro lado del pasillo, la pared era enteramente de cristal y se podía ver el gran jardín con áreas para la diversión. Contaba con castillos y toboganes inflables, ruedas y subibaja.

El área verde se encontraba invadida de niños en recuperación, algunos en compañías de sus padres y otros de enfermeras. Era un lugar hermoso, en el que la alegría nunca faltaba.

Escuchaba los pasos de Logan y Jackson seguirlo, siempre estaban ahí pisándole los talones y tratando no hacerse sentir, querían ser invisibles, pero para Samuel Garnett era completamente imposible que alguien pasara a su lado desapercibido. Siempre estaba atento al menor movimiento, a la más acompasada respiración.

A pocos pasos se sentía el frío de la recepción y al salir al amplio recibidor, vio a varias personas sentadas. Tal vez a la espera de algún resultado de sus hijos que estarían en el área de emergencia.

—Buenos días —saludó a las personas

Se acercó hasta la recepción de madera con la decoración infantil que imperaba en el lugar.

Edith se encontraba tratando de dar palabras de aliento a una mujer afroamericana con un gran afro descuidado y en los cuales se reflejaban algunas canas.

Samuel supuso que pasaría los cincuenta años, lamentablemente, su apariencia demostraba que llevaba una calidad de vida bastante precaria.

—Buenos días señor Garnett —saludó la enfermera—. ¿Cómo se encuentra?

—Buenos días Edith, muy bien gracias, ¿cómo están las cosas por aquí? —preguntó y desvió la mirada a la mujer—. Disculpe, buenos días. —Se sintió un poco apenado por haberla ignorado y le colocó una mano en el hombro.

—Buenos días, señor —contestó la mujer con la voz ronca y en su rostro aún había huellas del llanto.

—¿Tiene a algún familiar aquí? —indagó Samuel sin quitarle la mano del hombro.

La mujer no respondió inmediatamente, prefirió mirar a la enfermera y esperar que de alguna manera ella le dijese si podía responder.

—Es el dueño del hospital —le hizo saber con una amable sonrisa.

La mujer regresó la mirada a Samuel, en sus ojos se reflejaba la gran sorpresa de conocer al dueño de tan hermosa labor humanitaria, pero lo que más le sorprendía era la juventud con la que contaba.

—Sí, tengo a mi nieto... lo traje hace un par de horas... es que lo atropellaron. Señor tienen que ayudarlo, es lo único que tengo, tiene apenas seis años, su madre me lo dejó y se fue a Canadá en busca de un mejor futuro.

Dulces mentiras amargas verdades (Saga completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora