A las tres de la tarde del día 28 de diciembre arribó al aeropuerto internacional de Juneau en Alaska, después de un sinfín de retrasos los que iniciaron al momento de solicitar permisos para poder atravesar el cielo canadiense.
Seguido de 33 extenuantes horas de viaje, debido a las inclementes condiciones climáticas que lo obligaron a hacer una escala por dos horas en Seattle.
Antes de revisar la información que le habían enviado al correo, decidió llamar a su tío para calmarlo un poco. En su reloj de pulsera con horario brasileño comprobó que eran las nueve y tres minutos de la noche y estaba seguro de que se mantenía despierto a la espera de sus noticias.
—Tío he llegado —dijo apenas escuchó la voz de Reinhard nombrarlo con preocupación al otro lado—. No hay nada por qué alarmarse, estoy bien. Acabo de llegar al aeropuerto.
—Por favor, Sam, mantenme informado. —Casi suplicó el hombre. Nunca le había gustado hacer las cosas a la ligera porque los resultados obtenidos nunca eran los esperados, pero nada pudo hacer por retener a su sobrino.
—Lo mantendré al tanto, prometí que lo haría.
—¿Sabes dónde está? —indagó para tener algunos indicios de dónde exactamente se encontraría su sobrino, no podía estar tranquilo al saber que no estaba resguardado.
—No sé exactamente dónde está. Tal vez si Sophia decidiera colaborar me ahorraría tiempo y molestias.
—Me ha dicho que no sabe y le creo. Sabe tanto como tú en este momento. Me informó que Rachell solo había confesado que se encontraba en Alaska. No tiene más información.
—Voy a darle un voto de confianza a su mujer, pero no ha hecho lo mejor como para que crea en su palabra. —acotó caminando distraídamente por el aeropuerto.
—Sam, ella le hizo una promesa a su amiga y si te advertía estaría traicionando la lealtad de su amistad.
—Está bien, confiaré en que no tiene la dirección exacta de Rachell, ahora lo dejo porque voy a revisar una información que me acaban de enviar.
—Ten cuidado hijo, evita conducir porque las vías deben estar cubiertas de nieve —le aconsejó.
—Prometo que tendré cuidado —sin perder más tiempo colgó.
Samuel caminaba sin rumbo fijo, solo lo hacía para drenar la tensión que se acumulaba en él, mientras revisaba el correo que le habían enviado.
—En Valdez, me está jodiendo —murmuró tensando la mandíbula— ¿Por qué diablos no se quedó en la capital? —Samuel empezó a sentir que, si daba un paso, retrocedía diez. Rachell cada vez estaba más lejos.
Sin poder creérselo soltó una carcajada ante la incredulidad y nerviosismo que lo atacó, ganándose la mirada de varias personas en el aeropuerto.
—Estoy loco, estoy jodidamente loco —se hablaba a sí mismo, mientras se dirigía al módulo de información—, un hombre con un poco de dignidad o con sus cinco sentidos atentos, usaría la razón y se largaría de esta puta nevera a disfrutar del sol en Brasil —no obstante, nada de lo que se decía tenía el peso como para llenarlo de convicción y hacer lo que un hombre coherente haría. No podía hacerlo cuando lo único que deseaba era mirarse reflejado en los ojos de Rachell, ese reflejo que lo mostraba plenamente feliz.
Necesitaba de ella, de sus comentarios sarcásticos, de sus risas cargadas de sarcasmo, de sus besos, su cuerpo, su olor. La quería más que a su propia cordura y orgullo.
—Buenas tardes —saludó a un hombre rubio, delgado y vestido con un traje clásico negro, con camisa blanca y una corbata con un nudo perfecto.
—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarle señor? —preguntó con amabilidad y una sonrisa de esas que seguramente le enseñan en su preparación de atención al público.
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Dulces mentiras amargas verdades (Saga completa)
RomanceEl director de una prestigiosa firma de abogados y exitoso fiscal del distrito de Manhattan Samuel Garnett, vive sin restricciones, experimentado, aventurero, apasionado e intenso. No le gustan los compromisos y se verá envuelto en una explosión de...