CAPÍTULO 37

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El lunes, Samuel había acompañado a Rachell a la reunión con el agente del seguro que cubría el local de la boutique. Se mantenía en silencio para disimular sutilmente el asombro en el cual se encontraba al ver como su fiscal hostigaba al pobre hombre. Benditas amenazas teñidas con términos legales que le lanzaba.

Más que justo estaba siendo un reverendo desalmado, era primera vez que lo veía actuar de esa manera, con tanta decisión, con tanto ímpetu. No dejaba si quiera respirar al hombre que ya tenía la prominente calva perlada por el sudor.

Samuel era un tiburón al acecho y por muy retorcido que pudiera parecer, verlo en su papel de abogado sanguinario la excitaba. Lentas y torturantes palpitaciones invadían su centro. Rogaba al cielo que los pezones adoloridos no se mostraran erectos a través de su blusa y agradeció silenciosamente haber usado esa mañana un sujetador push up con el suficiente relleno para disimular su estado de ardor.

Llevaban veintiún días si tener sexo, la última vez no contaba porque solo había sido masturbación a través de una cámara web y después su deseo se había mudado a otro cuerpo insensible con todo lo pasado, pero en ese preciso momento quería a Samuel.

Necesitaba de él deslizándose sin piedad y retumbando en sus entrañas, quería su humedad y su savia, probar su saliva, su sudor y su semen. Anhelaba darse el placer de paladear los sabores que solo el sexo con ese hombre le ofrecía.

Lo anhelaba hurgando con su boca, sus dedos y su caliente magnum entre sus carnes, que le arrancara imploraciones que se ahogarían en esos labios, en esa boca que amedrentaba legalmente a un temeroso empleado de seguros. Pero que a ella la llevarían a un orgasmo. Ese que necesitaba desesperadamente.

Sin muchas complicaciones llegaron a un acuerdo que resultó conveniente para la diseñadora que aturdida por la batalla que llevaba interiormente con sus bajas pasiones asintió mirando a Samuel a los ojos.

—Bien, entonces mañana a primera hora iniciamos las reparaciones —repitió Samuel el acuerdo porque notó desconcierto en la mirada de Rachell, además que estaba cargada de un brillo que él había visto otras veces. Era ese fulgor que se fijaba en sus pupilas cuando abría los párpados después de un orgasmo y no pudo evitar aguzar la mirada en un intento por encontrar certeza a sus suposiciones.

Rachell desvió rápidamente su mirada de los intuitivos ojos de Samuel y la ancló en el hombre; una vez más reafirmó su deseo de querer iniciar las reparaciones en la boutique.

El hombre se despidió, dejando casi intacto el café que le habían servido.

En el preciso momento en que se quedaron solos, sus miradas se buscaron rápidamente y entonces Samuel leyó claramente el deseo ardiente en la mirada de Rachell, enseguida verificó la hora.

—Tengo una hora y diez minutos —le comunicó cómplice de los anhelos de su mujer y dejándose llevar por los suyos propios.

—Mi departamento queda más cerca —dijo ella poniéndose de pie y agarró su cartera de la mesa.

—Si por mi fuera te lo hiciera en esta mesa y me importaría una mierda los fisgones, porque tu robas toda mi atención —mientras buscaba en su billetera dinero para dejar pago los dos cafés y el jugo que habían pedido en el sencillo, pero agradable restaurante—. Pero no voy a arriesgarme a interrupciones de ningún tipo.

Dejó un billete de veinte dólares sobre la mesa y arrastró a Rachell con él sin darle importancia a la cuenta en el lugar.

Subieron al Opel Ampera uno de los autos de la Torre Garnett y que Samuel había utilizado esa mañana. Si por él fuera le arrancaría la ropa en ese estacionamiento y cogería con ella en el asiento trasero del auto, pero entre dientes maldijo su suerte al ver a dos puestos estacionada la camioneta con Logan y Jackson a bordo.

Dulces mentiras amargas verdades (Saga completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora