CAPÍTULO 36

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—¿Qué te pareció Julian? —preguntó Samuel asiéndola por la cintura y pegándola a su cuerpo, aprovechando la privacidad que le brindaba el ascensor.

Rachell encantada se dejó estrellar contra el cuerpo de Samuel, mientras fijaba su atención en una minúscula mota de polvo que danzaba en el aire y terminó sobre el hombro de Samuel y resaltó en el suéter negro que llevaba puesto.

—Es adorable, ¿por qué no lo adoptaste tú? —indagó mientras atrapaba con la punta de sus dedos índice y pulgar la motita intrusa que cayó en el hombro de su fiscal.

—¿Yo? ¡No! Sé que sería un desastre. Además, el juez ni loco me cedería la custodia, solo con mirarme sabría que no estoy capacitado para ser padre. Lo prefiero de amigo que de hijo. No tengo autoridad ni conmigo mismo, mucho menos podré ser ejemplo para un niño.

—No sé por qué piensas que no eres un ejemplo a seguir. Yo admiro la fortaleza que tienes. Sí, algunas veces eres un completo desastre, pero la mayoría del tiempo eres un hombre sumamente ejemplar.

—Lo dices porque estás conmigo y no quieres estar con un... —Samuel detuvo sus palabras, porque en ese preciso momento encontró la resolución para confesarle su secreto a Rachell.

Ella quería estar con alguien que sencillamente la mereciera y lo que necesitaba era a un hombre que confiara, que se abriera de la misma manera en que ella lo había hecho. Rachell le había confiado un pasado del que estaba seguro solo sabía Oscar y ahora a él le había mostrado sus heridas, esas que por más que intentara curar seguían sangrando y seguían doliendo.

Él sabía que había heridas incurables, pero con las que se podía vivir.

—¿Me acompañas a otro lugar? —preguntó presionando el botón que marcaba el segundo piso en el panel numérico del ascensor—. Es en éste mismo lugar.

—Sí, por supuesto —contestó mirando a los ojos de Samuel que repentinamente se abrillantaron, como si lágrimas estuviesen próximas a inundarlos y él le sonrió intentando convencerla de que todo estaba bien.

El ascensor los dejó en el segundo piso y Samuel le tomó la mano guiándola. Percibió un suave aroma a frambuesa que seguramente se debía a algún ambientador.

Samuel saludó a una doctora que vestía de celeste y llevaba un gorro quirúrgico con tiernos motivos de dibujos animados, un estetoscopio le colgaba del cuello y aparentaba rondar los cuarenta años, con sonrisa agradable.

Después de una cordial presentación y corta despedida, la mujer siguió su camino y ellos siguieron el suyo.

Unas puertas dobles de cristal talladas con dibujos infantiles se abrieron automáticamente para que ellos entraran. Samuel dio un paso dentro de la sala y tiró suavemente del agarre de sus manos instándola a caminar.

Se encontraban en medio de una sala de juegos y aprendizaje para niños, parecía ser el salón de un Kinder Garden. Había pequeñas mesas con sillas. Bibliotecas repletas con cuentos infantiles. Cajas llenas de juguetes.

Alfombras de varios juegos armables y desarmables como especies grandes rompecabezas. Eran muchos colores, mucha ternura y alegría en un solo lugar. No tenía la mínima idea de por qué Samuel la había llevado a ese sitio y sentía el corazón brincarle en la garganta, así como las manos empezaban a sudarles, ante la extraña sensación de encontrar solo el lugar.

—¿Qué te parece? —preguntó al ver que ella se mantenía en silencio, admirando completamente desconcertada el sitio.

—Es... es bonito, pero Sam creo que ya somos lo suficientemente grandes como para jugar en este lugar —dijo sonriendo con dulzura.

Dulces mentiras amargas verdades (Saga completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora