Deseo de paternidad.

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Hay un dicho. Bueno, concretamente hablando no era un dicho, sino una creencia que varias personas transmitían.

"Una mujer se convierte en madre desde el momento que comienza su embarazo. Un hombre se convierte en padre cuando sostiene a su hijo".

Entonces, una mujer es madre apenas una prueba de embarazo le muestra ese hecho y un hombre es padre solo después de tener a su hijo, a quien ha esperado por nueve meses, en brazos.

Aizawa Shota no creyó que pasaría por algo por eso en su vida. No porque fuera bisexual con preferencia por los hombres, sino porque nunca se vio deseando tener hijos. No, nunca. Era profesor de matemáticas de una preparatoria prestigiosa y consideraba a los niños tanto una molestia como una esperanza para el futuro de la sociedad. No le gustaban ni le disgustaban, simplemente, no creyó que algún día querría tenerlos.

Hasta que conoció a Yagi Toshinori y todo su mundo se puso de cabeza. Empezó a desear eso, el criar junto con el rubio a una pequeña personita que llenaría sus días de dolores de cabeza y amor.

Pero eso le llevo también a sentirse ansioso y temeroso. Los hombres y mujeres que tenían hijos biológicos, ¿pasaban por esa incertidumbre al pensar en sus hijos?

El azabache suspiro, el rubio le prometió que tomarían con calma la adopción de Midoriya y Bakugou, que lo harían a su tiempo y que de todos modos los trámites serían lentos. El orfanato solo les dejo pagar las facturas del colegio de los niños pero no pudieron avanzar más que eso y hoy sería la primera vez que iría a verlos sin la presencia de Yagi, lo cual lo tenía muy inquieto.

Sus últimas visitas al orfanato ocurrían de la siguiente forma su esposo y él ingresaban hasta el salón, una de las encargadas les decía dónde podrían estar los niños y ellos los observaban a la distancia. Con el paso de los días, notaron que Katsuki e Izuku estaban muy aislados de los otros niños y algunas veces noto heridas en el cenizo, la encargada le dijo que era porque los niños jugaban entre ellos pero no terminaba de convencerse de eso.

Hubo una o dos ocasiones dónde el pecoso los vio y fue tímidamente a saludarlos acompañado de el de ojos rojos. Toshinori le sonreía encantado e Izuku le devolvía lo mejor que podía aquel gesto, Katsuki se cruzaba de brazos y esperaba a su amigo lo que Shota encontraba lindo. Después, como llegaron, se iban y volvían a lo suyo ya sea leer, jugar entre ellos o evitar a los otros niños.

Las cosas podrían seguir así un tiempo más pero el azabache empezaba a pensar que deberían adoptar una posición más ofensiva respecto a los niños.

No quería asustarlos pero intuía que eran inteligentes y que tarde o temprano se darían cuenta de sus frecuentes visitas, aparte del hecho de que solo hablaban con ellos. Tal vez, acercarse más estaría bien para empezar.

Aizawa era ya un visitante regular en el orfanato, aunque sin la presencia de su esposo su ropa negra y actitud tranquila lo hacía resaltar menos entre los demás visitantes. Una encargada le saludo como era normal y señalo que hoy, por algún motivo, ni el pecoso ni el cenizo habían abandonado sus habitaciones desde que llegaron de la escuela.

— ¿Les paso algo? ¿O se enfermaron? —quiso saber el azabache sin creer que estuviera tan preocupado.

—No tienen nada grave, ya los revisamos —informo la encargada para calmarlo —Solo no quieren salir. Pero usted, si quiere, podría subir a verlos.

El azabache asintió en señal de que iría y la encargada le mostró por donde podía subir. También le menciono cual era la habitación del dúo de niños y le pidió que disculpara el desorden que podría encontrar. A el mayor no le importaba mucho eso, deseaba más saber porque esos niños —que parecían disfrutar más estar al aire libre que dentro de una habitación— no habían salido.

Quiero conocerte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora