Camada.

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Bakugou era siempre el primero en despertar, porque debía hacer el desayuno para él y sus hermanos. Aparte de ver que su papá despertara para ir a clases.

Lo más importante que lograba bien empezando el día, era que Aizawa tomará su taza de café. Porque esa era la única manera que tenía de asegurarse que el mayor estuviera lo bastante despierto para conducir.

Sin café, no confiaba en que su papá pudiera llegar en una pieza hasta Yuei.

Por eso estaba genuinamente horrorizado cuando se levantó y bajo hasta la cocina, preparado para usar la cafetera y no encontró el dichoso café dónde debería estar ni en ningún otro lado.

Kaminari generalmente se encargaba de hacer las compras, ¿cómo pudo pasar por alto algo tan esencial como la cafeína?

El cenizo no disponía del suficiente tiempo para subir a la habitación de su hermano menor y preguntárselo. Y de paso darle un buen golpe por haberse olvidado.

No, no tenía tiempo. Eran las cinco con cuarenta y cinco. Su papá se iba a las seis con veinte.

Katsuki fue hasta la entrada del departamento, no se había cambiado todavía y no pensaba subir a su habitación a hacerlo. Simplemente se puso una chamarra gruesa color negro encima de su piyama de tela y salió en pantuflas por la puerta, se dirigió hasta las escaleras y las bajo de dos en dos. En la entrada el portero empezaba su día, le vio con una ceja elevada por la hora pero no comento nada.

El cielo seguía oscuro, muy oscuro. Cómo se esperaría del invierno, el frío hizo que el de ojos rojos se subiera la capucha y se frotara frenéticamente las manos antes de meterlas en sus bolsillos.

Maldito seas, pequeño idiota.

Bakugou bostezo, su aliento salió blanco y camino rápidamente las escasas cuadras hacia la iluminada tienda de convivencia que abría las veinticuatro horas. Pero antes de llegar ahí, escucho un extraño y aterrador chillido venir de una calle adyacente.

La curiosidad de Midoriya debería ser contagiosa porque se desvío de su trayecto y vacilante, se acercó.

El chillido era agudo y venía de un callejón entre dos casas, donde había también un par de contenedores de basura. El cenizo se metió, era un pasillo ancho y podía vagar por ahí con facilidad. El olor era un asco pero siguió el sonido firmemente. Era familiar.

San, Ni e Ichi pasaron por su cabeza en un par de segundos. Esos chillidos, sus gatos nunca los hacían, a no ser que alguien por accidente les pisará la cola y eso había pasado pocas veces. O una vez que Ichi estuvo mal del estómago, también hizo esos chillidos mientras se mantenía acostado. Una mala comida, nada más.

Una visita al veterinario y estuvo bien.

Pero el sonido le provocó tanta angustia a él y sus hermanos que no pudo olvidarlo.

Bakugou dio un paso más dentro del callejón, el chillido de volvió más agudo y venía de detrás de un contenedor de basura. Lo rodeó y se acercó.

Entonces, vio lo que provocaba esos chillidos.

—Carajo —murmuro asombrado.

Una gata de pelaje naranja estaba acurrucada en el sucio suelo, su frente presentaba un poco de sangre y estaba rodeado por un líquido que el cenizo podía suponer bien qué era, porque una pequeña ratita estaba apoyada en el estómago de la gata y otra estaba saliendo por su parte posterior.

Katsuki se agachó, sin importarle ensuciarse —ni el olor de aquel lugar— y la gata le siseo, preparada para atacarlo. El cenizo tuvo mucho cuidado, lo que menos quería era que se pusiera de pie en ese momento.

Quiero conocerte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora