La precuela de la novela Still As Ever narra la historia de Vianey Jung antes de su viaje a la década de los 40, mostrando su travesía por el Hogwarts del Trío de Oro y sus hazañas, junto con las travesuras, romances y acciones de aquellos tiempos...
Advertencia: En este capítulo y en algunos más se encontrará contenido relacionado a política, lo cual puede ofender o ser sensible para algunxs lectorxs.
"Decreto Educacional nro 24: Se prohíbe escuchar música".
—Esto ya es personal —murmuró con rabia la franco-austriaca antes de continuar su camino.
Vianey estaba caminando por los pasillos cuando Goyle la alcanzó diciéndole que lo acompañara porque la profesora Umbridge la buscaba, lo cual le extrañó bastante a la rubia. Decidió seguirlo hasta la oficina de la señora, a donde pasó y ésta la recibió con su cinismo característico.
—Oh, queridísima —habló la mujer—. Qué bueno que vienes, quisiera charlar contigo un poco.
—¿Hay algún motivo en especial?
—Oh sí, tienes un castigo pendiente.
Vianey alzó una ceja extrañada. ¿Un castigo? Dudaba enormemente que fuera por tráfico ilegal de golosinas Weasley para saltarse las clases, ya que era un mercado negro bastante discreto. Pronto Umbridge le explicó que le correspondía el mismo castigo que Potter por haber reclamado en su clase sin motivo alguno "incitando a la subversión de sus compañeros", una gran excusa que obligó a la rubia a rodar sus ojos. La mujer le entregó una pluma y un papel.
—Mientras escribe la lección que debe aprender, quisiera preguntarle algunas cosas —la rubia sentía que cada vez la voz de la vieja se hacía más y más aguda, si continuaba así sólo los perros la oirían—. ¿Ha sabido de alguna junta ilegal por ahí? ¿Algo que Dumbledore haya sugerido?
—¿Por qué debería saber y por qué piensa que responderé a eso?
—Porque usted luce como toda una delincuente y anarquista con esa ropa de hippie y ese cabello teñido —la señaló-. Dudo que al Ministro le agrade ver semejante atrocidad. Además, usted pertenece a Slytherin, debería comenzar a darse cuenta de la vergüenza que es para esa casa.
Uff, la vieja buscaba herir su ego en vano. Umbridge le dejó una taza de té con leche a un lado esperando que lo bebiera, pero la chica se negó con toda la amabilidad que podía sacar en aquel momento. Este rechazo provocó que el rostro de la señora se contrajera en una mueca frustrada e intentara obligarla a beberlo de alguna manera; sin embargo, Vianey se continuó negando.
—A menos que sea leche de soya o almendras, no la beberé. Soy vegana —mintió para tener una excusa con la que zafarse de la insistencia.
—Niñita... —murmuró con rabia antes de apuntar el papel—. ¡Escribe! ¡No has escrito nada y por ende no aprendes nada!
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Vianey analizó bien la pluma, era fácil deducir de que, al no tenía tinta, debía tener un truco barato guardado por ahí. En un acto de osadía, hizo líneas furiosas y disparejas en la hoja con la intención de arruinar el papel, pero pronto un ardor se hizo presente como si le hicieran cortes en su piel; miró su brazo izquierdo en donde se formaban aquellos cortes reproduciendo las rayas que hizo en la hoja, ahora impresas en su blanquecina piel como si alguien la hubiese lastimado con una navaja.
