05| Cansada

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Faltaba tan solo una hora y podía irme.

Una hora y podía ir a mi casa a comer y dormir.

Una hora y podía tachar otro día del calendario.

Le sonreí al cliente, dándole el devuelto. Me moví hacia un lado, dispuesta a atender el siguiente, cuando tuve que frenarme en seco. Ahí estaba Santino, con el codo apoyado en la barra sonriéndole de lado a una chica que le hablaba pestañando repetidamente.

Respiré hondo, intentando procesar la situación. Santino estaba con una chica. Santino estaba en el showbar donde trabajaba algunas noches. Santino no sabía que yo estaba o trabajaba ahí.

Sabía que muchas cosas iban a salir mal a partir de ese momento, y sin embargo lo único en lo que podía concentrarme era en la mano de ella. Sus uñas con manicura de mierda apoyadas en el brazo de él, sintiendo sus músculos con descaro.

Sabía que se acostaba con mujeres, no era ni estúpida ni tampoco ilusa. Pero una cosa era saberlo, y otra cosa era verlo.

Volví a respirar hondo, acercándome a ellos. Apoyé las manos en mi lado de la barra, mirándolos fijamente. Disfrutando de esos segundos en los que mi mejor amigo todavía ni había notado mí presencia.

—¿Qué puedo servirles?

El morocho movió su cabeza a una velocidad preocupante. Su ceño se frunció inmediatamente, con clara confusión. Me recorrió con la mirada brevemente, aquello que la barra le permitía ver, y frunció aún más el ceño pero esa vez con descontento.

Ok. El uniforme consistía de un top negro extremadamente ajustado y corto con el nombre del lugar, y en la parte de abajo nos dejaban usar lo que queríamos, por lo que había optado por un short de jean. Y finalmente mis botas favoritas. No era lo mejor del mundo, pero había cosas peores que un top ajustado.

—¿Qué haces acá?

Alcé una de mis cejas, mirándolo como si fuese estúpido.

Porque alguien tenía que ser estúpido, y estaba cansada de cumplir con ese papel.

—Te doy tres opciones; robar, actuar o trabajar— abrí los ojos con falsa sorpresa— ¿Cuál te parece?

Apretó la mandíbula, probablemente intentando contener su enojo.

—¿Desde cuando trabajas acá? ¿Por qué?

Rodé los ojos, soltando un suspiro. No iba a poder escapar de ese interrogatorio. Pero podía hacerlo breve. Era un día de semana, por lo que la clientela no era abrumante, pero aun así había trabajo.

—Un año. Ellos necesitan gente, y yo necesito plata— me encogí de hombros, chocando mis uñas contra la barra— ¿Van a pedir algo?

—Yo quiero...— empezó a decir la chica, intentando que mi amigo volviese a prestarle atención.

Había notado como se había acercado a él y había cambiado su postura. Parecía tener un problema de espalda, ya que sus tetas estaban casi de mi lado de la barra. Y sin embargo, los ojos de Santino en ningún momento se desviaron de mí desde que me notó.

El morocho levantó una de sus manos, indicándole que se callase. Como mujer feminista estaba ofendida por eso, pero como mujer que tenía la completa atención del hombre que quería...

—Si necesitabas plata sabes que podes pedirme, no hace falta que trabajes de...

No terminó la frase, logrando que fuese mi turno de fruncir el ceño.

—Es un trabajo en la barra. No soy prostituta— le gruñí, golpeando suavemente la barra— Y para el caso, es mi puto problema. No el tuyo.

Tenía que relajarme. Estaba trabajando. Fui a la heladera de cervezas, agarrando la marca favorita de Santino y destapándola. Dejé la botella enfrente de él, dirigiendo mi mirada a su acompañante, quien pareció entenderme.

Me rindoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora