03| Casamiento

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Oficialmente Diego se casaba. Cinco días después de la despedida de soltero. Algo de lo que no recordaba nada. Absolutamente nada. Había bebido mucho y después me había despertada acostada en mi cama. Sin botas, sin maquillaje y tapada con una manta. Había asumido que lo había hecho mi mamá, sin molestarme en preguntarle al respecto. Después de todo, me estaban malcriando más de lo usual.

Me habían extrañado tanto como yo a ellos.

Respiré hondo, caminando por el lugar hasta llegar a una habitación. Esperé pacientemente hasta recibir un "pase". Empujé la puerta con suavidad, asomando la cabeza. Había muchas mujeres, pero solo me concentré en la que estaba vestida de blanco.

Era hermosa. Eso era indiscutible. Una morena con curvas interminables, algo que su vestido resaltaba con elegancia. Me miró con curiosidad, torciendo la cabeza como un cachorro. Segundos después sus ojos brillaron con reconocimiento. Me esperaba un saludo formal, no un abrazo como si hubiésemos sido amigas de toda la vida.

Ok. Eso había sido inesperado.

—No te puedo explicar lo contenta que estoy de que hayas venido, Eugenia— susurró, sin soltarme— Si no lo hubieses venido, todo esto no hubiese sido lo mismo para Diego.

Directo al corazón.

Controlé mi respiración para no llorar y arruinar mi maquillaje. Me separé de ella con delicadeza, sonriéndole.

—Es un gusto poder conocerte en persona.

Había vuelto dos años atrás, tan solo por un día. Había sido solo un show, e inmediatamente nos habíamos ido a Brasil. Sin embargo, me había hecho el tiempo para visitar a mis papás y amigos. Pero a ella no la había conocido. Sinceramente no había sido una prioridad en su momento.

Sincericidio.

—Me hubiese haberlo hecho en estos últimos días, pero con todos los últimos detalles del casamiento...

—Entiendo perfectamente— la frené, apoyando mí mano en su hombro— No hace falta explicar.

Me balanceé en mis tacos, ligeramente incomoda por tener la mirada de todas las mujeres presentes sobre mí. No conocía a ninguna. Y normalmente me sentía más cómoda con hombres. Además de que era perfectamente consciente de que una de ellas me estaba fulminando con la mirada.

—Bueno, solo quería venir a saludarte— dije, retrocediendo— Voy a asegurarme de que los chicos no hagan ninguna estupidez.

Tamara se rió, asintiendo con la cabeza.

—Que no convenzan a mi prometido de dejarme plantada en el altar— bromeó.

Le devolví la sonrisa. Me gustaba que tuviese sentido del humor y que fuese tan simpática sin conocerme. Quizás iba a ser buena para mi amigo. Pero eso no significaba que si no lo era... bueno, me sentía capaz de arrancarle unas cuantas mechas.

*****

—¿Viniste sola?

Giré mi cabeza para mirar a Juan. Tenía una ceja alzada con curiosidad, mirando a mí alrededor por si se había perdido a mi acompañante. Ignoré todo aquello, notando que no estaba solo. Había una chica de rasgos asiáticos a su lado. Era bonita, cosa que no me sorprendía.

Los putos que llamaba amigos tenían buen gusto.

—Eugenia— me presenté, ofreciéndole mi mano.

Me dedicó una sonrisa tímida, aceptando el gesto.

—Mika con K.

Volví mi atención a mi amigo, quien tenía una de sus cejas alzadas disimuladamente. Quería mi opinión. Si mi sexto sentido era saber cuándo Santino estaba cerca, mi séptimo era presentir cuando una mina era una forra. Negué levemente con la cabeza, ganándome una sonrisa de alivio.

—Vine sola— aclaré, mirando a mi alrededor— Tengo fe de que va a haber buen material.

Ellos dos estallaron en carcajadas. Y siguieron riéndose incluso cuando Leo y Fernando se unieron a nuestra fila. Mi amigo dejó un beso en mi mejilla. Su novio me saludó con una sonrisa, mejillas sonrojándose. Me causaba ternura que tanto Mika como Fernando fuesen tímidos. Nuestro grupo nunca había tenido aquello.

Sexto sentido.

No tuve que buscarlo con la mirada. Segundos después estaba parado al final de nuestra fila de asientos, acercándose para poder sentarse junto a Fernando. Y como si tenerlo cerca no fuese tortura suficiente, tenía puesto un esmoquin que le sentaba de maravillas. Básicamente estaba para chuparse los dedos.

Y chupar otras cosas...

¡No!

Apoyó los codos en sus rodillas, inclinándose hacia delante para poder ver a todos. ¡AGH! Hasta haciendo esa simple pelotudez estaba bueno. No era justo. Después de lo que había hecho tendría que haberse vuelto feo. Como mínimo.

Se lo merecía.

—Buenas.

Pero sus ojos quedaron fijos en mí. Me recorrieron con lentitud; mis zapatos negros, mi vestido rojo, mi rostro maquillado y mi cabello peinado. Se mordió el labio inferior, no haciendo ningún esfuerzo para esconder su apreciación cuando volvió a mis ojos.

No me afectaba. No me afectaba. No me afectaba.

Mentira.

Fui la primera en apartar la mirada, sintiéndome incapaz de seguir con aquello. Miré a Diego, quien se balanceaba con nerviosismo en el frente de la iglesia. Sus ojos iban de un lugar al otro, sin quedarse fijos en nada. Estaba nervioso, ansioso. Por lo que cuando me vio, le dediqué una sonrisa de apoyo. Me guiñó un ojo, mirando inmediatamente la puerta de la iglesia cuando la música empezó. Estaba claramente enamorado.

No lo envidiaba, ¿no?

*****

—Esa sonrisa es falsa.

Chocolate por la noticia.

No me moví. No lo miré. Seguí sentanda en mi lugar, con la vista fija en la parejita feliz. Estaban haciendo el primer baile como casados. Era una canción lenta y romántica. Un tempo bastante sencillo de seguir.

—¿Y eso a vos que carajo te importa?

Hostilidad al palo.

Levanté el vaso, llevándolo a mis labios. Di un trago generoso, intentando relajarme. No podía gritarle. No podía decirle todo lo que necesitaba. No ese día. No en ese lugar. Aunque la realidad era que hablar de todo eso con él no iba a pasar probablemente nunca. No me sentía capaz de hacerlo.

No tenía la fortaleza.

No dijo nada. Tampoco pude ver su reacción.

—Eugenia...

Quería hablar. O eso creía. En el pasado usaba ese tono específico cuando iba a hablar conmigo sobre algo serio. Mientras tanto la canción terminó, la pareja haciendo señas para que el resto de las personas se unieran a la pista.

La excusa perfecta.

—Nos están llamando.

Me terminé el vaso, dejándolo sobre la mesa. Me levanté con rapidez, yendo hacia la pista de baile con rapidez. Fui una de las primeras personas, pero tampoco me sorprendió. Bailar era lo mío. Mejoré mi sonrisa, bailando tontamente hasta donde estaba Diego con Tamara. Mi amigo me rodeó los hombros con uno de sus brazos en cuanto los alcance.

—Llego tu momento de brillar.

Le clavé el codo en las costillas con suavidad.

—No vine a opacar— bromeé— Pero si vine a robártela.

Ofrecí mis manos a Tamara. Me miró sorprendida, probablemente creyendo que iba a bailar con él, pero rápidamente me sonrió con verdadera alegría. No iba a hacer aquello. No iba a dejar que se sintiera dejada de lado en su propio casamiento por mi culpa, sin importar cuanto hubiese extrañado a mi amigo.

—Mientras que la devuelvas.

—¿Preocupado de que se enamore de mí?

Los tres estallamos en carcajadas.

La sonrisa dejando de ser fingida.

Me rindoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora