13| Rendición

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Sábado a la noche y yo estaba trabajando en el showbar. Santino no había estado encantado con la idea. Pero no me importaba. Al menos no completamente. No iba a cambiar por él. No iba a dejar de trabajar, por mucho que me ofreciese dinero.

No podía rebajarme a aceptar su dinero.

—Mesa tres.

Ni siquiera miré a Agustín, tiré un trapo en su dirección.

—Esa es una de las tuyas— me quejé.

—Pidieron por vos.

Solté un gruñido de frustración, pero igualmente caminé en aquella dirección. No sin antes levantarle el dedo del medio a Agustín, quien se rió sin preocupación. No estaba molesta. No realmente. No era un vago, por lo que no me jodía atender una de sus mesas por una vez.

No dejé de caminar cuando vi la mesa, a pesar de notar quienes la ocupaban. ¿Qué mierda hacían ahí? Inmediatamente clavé mi mirada en Santino, entrecerrando mis ojos. No mostró expresión alguna. Únicamente se humedeció los labios, recostándose en su asiento.

Terminé de acercarme a ellos, sin apartar mi mirada de él. Quería que quebrara su máscara. Quería entender que mierda le había pasado por la cabeza cuando había decidido llevar a todos nuestros amigos al bar donde trabajaba.

¿Venganza? ¿Intervención? ¿Casualidad?

—No puedo creer que trabajes acá— Diego fue el primero en hablar.

—Y que lo mantuvieras en secreto— agregó Leo con rapidez, mirando a los meseros con deseo.

Respiré hondo, sonriéndoles falsamente.

—Tenían que saberlo si pidieron específicamente por mí.

—Te vimos cerca de la barra y preguntamos si nos podías atender— comentó Diego, empezando a mirarme extraño— ¿Es algo malo?

Sacudí levemente la cabeza, observando a Juan. Estaba callado, y eso si era extraño. Apoyé mi mano en su hombro, logrando que levantase la mirada.

—¿Qué te pasa?

—Vinimos porque necesitaba contención— hizo una mueca con los labios— Fue algo de último momento, idea mía.

Noté que estaba diciendo la verdad. Además de que tener que salir para animar a Juan no era algo nuevo. Tenía una familia de mierda y necesitaba de nuestra amistad bastante seguido. Los planes a último momento eran algo usual. Sobre todo cuando incluían alcohol.

Inmediatamente miré a Santino, quien soltó un suspiro y apartó la mirada. Me conocía lo suficiente como para saber que le había echado la culpa inmediatamente.

¿Por qué mi primera reacción había sido pensar algo mal de él?

—Whiskey puro para vos— le palmeé el hombro, alejando mi mano para poder anotar en la libreta— ¿Cervezas para ustedes? ¿O todos toman algo fuerte?

—Una gaseosa— pidió Santino, todavía sin mirarme— Vine con la camioneta.

La había cagado. Y mucho.

—Cerveza— contestaron los otros dos.

Anoté aquello, sabiendo cual traerle a cada uno. Me alejé de ellos sin decir nada más. Una vez en la barra pedí los tragos, esperando unos pocos minutos. Puse todo en la bandeja y volví a la mesa. Le entregué a cada uno sus bebidas, dejando dos whiskeys para Juan.

Me rindoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora