10| Siempre

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Santino y yo estábamos en absoluto silencio. Él manejaba y yo miraba por la ventana. Habíamos ido a almorzar a la casa de mi familia, quienes habían invitado a la suya. Hubiese sido algo lindo de no ser porque las cosas entre nosotros dos estaban tensas. De todas formas fingimos estar bien y felices. Ellos no tenían por qué soportar nuestros problemas.

¿Eran problemas?

Estaba tan perdida en mis propios pensamientos que ni siquiera había notado que habíamos llegado a casa. Al menos no hasta que escuché su puerta cerrarse. Me saqué el cinturón de seguridad y agarré mi mochila. No tuve que abrir mi propia puerta, él lo hizo por mí.

Me ofreció su mano, ayudándome a bajar. En cuanto estuve en el piso junto a él, nos soltamos las manos y cerró el auto. Caminamos juntos a nuestra casa, entrando en el mismo silencio abrumador.

Dejé mi mochila en el suelo, yendo directamente a la cocina para poner agua a calentar. Tenía ganas de tomar mate. Y también tenía que hacer algo antes que el silencio me volviese loca.

Por algo me gustaba la música y bailar.

—¿Vas a querer tomar algo?— le pregunté, escuchando como me había seguido.

—¿Vas a hacer mate?— contesté afirmativamente con un ruido de la garganta— Tomo con vos entonces.

Empecé a preparar todo, tarareando una de mis canciones favoritas en voz baja. Prefería desafinar antes que tener que aguantar la nada misma. No me sorprendió cuando Santino colocó la canción en su celular. Sabía cuánto odiaba los silencios.

Y que hiciese eso significaba que tan mal no estábamos, ¿no?

Una vez que la pava eléctrica marcaba la temperatura ideal la frené, llenando el mate y pasándoselo a Santino por sobre la mesada. Aproveché para sacar mi celular del bolsillo, desbloqueándolo. Tenía un mensaje de Luana.

¿Tenes ganas de bailar?

Sonreí, contestándole un "¿cuándo no?". Y sin exagerar en lo absoluto, al segundo me llegó el nombre de un boliche y la hora.

Dejé el celular de lado cuando Santi me deslizó el mate. Tenía los labios apretados y había apoyado ambos codos sobre la mesada.

—¿Tenes ganas de salir a bailar?

Hizo una mueca de indiferencia, encogiéndose de hombros.

—No sé, pero te puedo acompañar.

Chasqueé la lengua, volviendo a llenar el mate.

—No hace falta. Luana viene.

Llevé la bombilla a mis labios, bebiendo. Estaba caliente, pero nada demasiado exagerado. Se podía tomar.

—¿Juan?

Fue mi turno de encogerme de hombros. Le mandé un mensaje rápido a Luana, preguntando. La respuesta fue afirmativa. Di vuelta la pantalla, mostrándole.

—Voy a decirle a todos los chicos— dije.

*****

Desde afuera del boliche se podía escuchar la música fuerte, pero en cuanto entrabas parecía que iba a estallar el techo. Había bastante gente, por lo que Santi tenía nuestros dedos entrelazados para no perderme.

Caminamos hacia la escalera que guiaba a la zona VIP. El hombre de seguridad vio nuestras pulseras, nos sonrió y se hizo a un lado para dejarnos pasar. Caminamos entre las mesas, yendo hacia nuestros amigos, quienes ya estaban tomando.

¡Qué sorpresa!, dijo nadie.

Luana se levantó de un salto, rodeándome con sus brazos.

—¡Llego mi compañera de mover el culo!— me gritó en el oído, haciéndome reír.

La solté para poder saludar al resto. Noté que Diego no había traído a Tamara, pero preferí no decir nada al respecto. Probablemente necesitaba una noche para relajarse y tomar tranquilo. Olvidarse de sus problemas.

O también le iba a servir para darse cuenta que no era el único que tenía problemas de pareja...

Agarré el primer vaso que vi, llevándolo a mis labios y dándole un trago. Era un destornillador de manzana. Me lo tomé rápido. Al igual que también me tomé rápido los cuatro shots que le siguieron.

—¡Ya estoy para bailar!— anuncié— ¿Quién se suma?

Luana no dudo en agarrarme la mano y tirar de mí hacia las escaleras. Bajamos con rapidez, perdiéndonos entre la multitud de gente.

Bueno, literalmente no.

Los chicos podían seguir viéndonos desde la zona VIP por la altura.

Sonreí abiertamente, dejándome guiar por la música. Se sentía bien poder bailar con Luana. No solo porque compartía mi pasión por la música, sino porque era una amiga.

*****

-Punto de vista de Santino-

No me gustaba ser celoso. Había escuchado tanto de toxicidad que había adoptado el pensamiento de que esa sensación era mala. Era algo que indicaba muchos problemas. El hecho de que Eugenia tuviese mi anillo en su dedo no significaba que me pertenecía.

Y lo entendía. Realmente lo hacía.

Pero odiaba que la vieran como un pedazo de carne. Odiaba que todos se girasen a verla, sobre todo en cuanto empezaba a bailar. Y si creía que Luana iba a aplacar un poco las reacciones normales, me había equivocado. Dos mujeres hermosas bailándose a la otra como lo hacía ellas, solo generaba mucha más reacciones. No solo de hombres, sino también de mujeres.

Mierda.

Tiré la cabeza hacia atrás, bebiéndome el contenido restante de mi vaso.

—¡¿Todo bien?!—me gritó Leo por sobre la música.

Todo iba a estar bien.

Pensaba solucionarlo. Asentí con la cabeza. Me levanté de mi asiento, haciéndoles una seña de que iba a ir hacia la pista de baile. Juan me imitó, caminando unos pasos por detrás de mí.

Bajé las escaleras, yendo directamente hacia donde sabía que estaban las chicas. Eugenia estaba de espalda a mí. Le sujeté la cadera, tirando de su cuerpo hacia mí. Se tensó y dejó de bailar, girando la cabeza para poder verme. En cuanto notó que era yo, se relajó, volviendo a moverse.

Mi prometida era una bomba siempre. Pero ese día estaba particularmente más hermosa. Se había atado el cabello en lo alto de la cabeza, despejando su cuello y rostro. Además de que se había colocado un vestido tan ajustado que era como una segunda piel. Y la gota que rebalsaba el vaso eran sus botas favoritas. Amaba que las usase.

Le seguí el ritmo, pegando mis labios a su cuello. Giró la cabeza, dándome más espacio. Pero me contuve, porque estábamos en un boliche. La canción cambió, a un cuarteto, ganando gritos y aplausos de la gente.

La hice girarse, sabiendo que le gustaba bailar ese tipo de canciones. Me había enseñado mil veces distintos movimientos para no tener que bailar sola cuando salíamos. Y honestamente apreciaba aquello. Incluso en aquel entonces.

Me sonrió de oreja a oreja, empezando a moverse al ritmo de la música. Sujeté sus dos manos, haciéndola girar y moverse como ella me había mostrado. Estalló en carcajadas disfrutando del momento.

Y yo disfrutaba de ella.

Podían verla todo lo que quisieran, pero ella estaba conmigo. Elegía estar junto a mí. Y no pensaba darle ningún motivo para que eso cambiase. Sin importar cuantos problemas tuviésemos en el medio. Íbamos a sobrellevar todo.

Enamorarse era algo que sucedía, pero amar a alguien era una decisión.

Y era una decisión que estaba dispuesto a tomar por el resto de mi vida.

Ella lo valía.

Siempre.

Me rindoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora