-Punto de vista de Santino-
Se suponía que debería de haberme gustado estar en un casamiento. O eso creía. Nunca había ido a uno. Pero debería de gustarme, era; alcohol, festejar, comer y bailar. Y sin embargo, no lo estaba disfrutando. Sin importar que fuese de uno de mis mejores amigos.
No podía dejar de pensar que si mis decisiones y las posibilidades hubiesen sido diferentes... Las dos personas que hubiesen estado casándose, hubiésemos sido Eugenia y yo. Nosotros hubiésemos sido los que cumplían con la promesa de amor eterno.
Promesa que yo mantenía en secreto.
Eugenia estaba bailando con Tamara. Y sin embargo, seguía siendo más llamativa. Probablemente no para todos. Pero siempre para mí. Tenía puesto un vestido rojo, de lo que parecía ser seda. Era ajustado hasta por debajo de su culo, después cayendo hasta el suelo con fluidez. Marcaba todas y cada una de sus curvas sin ser vulgar. Y encima tenía un corte que dejaba ver toda su pierna.
Era absolutamente hermosa. Era...
Todo y más.
—Deberías salir a bailar— comentó Leo.
Escuché como tiró una silla hacia atrás, sentándose a mi lado.
—Vos también.
Por mi vista periférica pude ver cómo le restó importancia con una mano.
—Estoy esperando a que Fer se ponga un poco en pedo.
Le daba vergüenza. Fernando era simpático, pero tímido. Le había costado horrores sentirse cómodo a nuestro alrededor cuando había empezado a salir con Leo. Y no le gustaban los ambientes con mucha gente. No eran lo suyo.
Miré brevemente a nuestro alrededor, descubriendo que Fernando estaba volviendo a nuestra mesa con una bandeja llena de tragos. Me sonrió de lado, encogiéndose de hombros con clara inocencia. Le devolví la sonrisa, a pesar de que era falsa. Él no tenía la culpa de mi malhumor.
No, malhumor no. Tristeza, quizás.
—Parece que va en buen camino.
—El que no va en buen camino sos vos.
Solté un suspiro. Era obvio que ese comentario le iba a seguir. Esos cuatro años habían hecho comentarios al respecto, fingiendo casualidad. Querían toda la verdad. Querían mi honestidad. Y me había cansado.
Me había desbordado.
—¿Cómo queres que finja estar bien cuando el que debería de estar casándose soy yo?
Leo se quedó callado, mirándome con asombro. No pudo decir nada. Fernando se unió a nosotros, dejando la bandeja con tragos sobre la mesa. Agarré dos, levantándome de mi asiento y caminando hacia la salida del salón. Necesitaba tomar y olvidar. Necesitaba aire y tranquilidad. Necesitaba...
A la única persona que no iba a tener.
Caminé por el patio hasta llegar a un banco para poder sentarme. Y me quedé ahí, bebiendo los tragos en silencio. O casi silencio, teniendo en cuenta que podía escuchar la música, las conversaciones y las risas.
Me sentía confundido. Perdido. Como si estuviese intentando guiarme por la vida sin ninguno de mis cinco sentidos. Era abrumador. Y solitario. Estaba rodeado de gente que me amaba, pero realmente me sentía solo. Como si nadie me entendiese.
Y todo era mi culpa.
—Lograste que un casamiento se volviese deprimente.
Giré mi cabeza con tanta rapidez que me dolió el cuello. Eugenia estaba parada junto al banco, mirándome con la cabeza ligeramente torcida. Tenía los ojos un poco brillosos y las mejillas coloradas. Claramente estaba alcoholizada, sino no se hubiese acercado a hablarme.
Me odiaba.
Respiré hondo, apartando la mirada. Dolía hacerlo. Y dolía dejar de hacerlo. Ya no sabía qué hacer para sentirme mejor. Para lograr que esa situación dejase de ser una mierda para todos. Me revolví el cabello, intentando calmarme.
—Tengo ese don.
Fue su turno de suspirar, pero no dijo nada. No hasta que estuvo parada frente a mí. Tiré la cabeza hacia atrás, cruzando nuestras miradas. E inmediatamente sentí ese efecto que tenía sobre mí. No era un efecto, era la sensación de que tenía mi corazón en la palma de su mano, apretándolo y soltándolo a gusto. Jugando con el sin saber que siquiera lo tenía.
Destrozándolo distraídamente.
—Si hay algo que nunca fuiste es deprimente— me sonrió de lado— No empieces ahora.
Casi quise reírme. En esos cuatro años lo único que había sido era deprimente. Lejos de ser el alma de la fiesta. Ese siempre había sido su lugar, y nadie podía remplazarla.
En ningún puto aspecto.
—Todo cambia.
Me encogí de hombros, como si aquello no me doliese. Como si esas dos palabras fuesen un simple hecho, y no la peor sensación del mundo.
Me ofreció una de sus manos, logrando que frunciese el ceño con confusión. ¿Qué iba a intentar? Pensaba que me odiaba. ¿Me estaba ofreciendo darme la mano? Ella rodó los ojos, sonriéndome con sinceridad. Y eso... logró que mi humor mejorase instantáneamente.
—Quiero que bailes conmigo, Velázquez.
Agarré su mano, levantándome de mi asiento.
—Sería un gusto, Sánchez.
Nos apartamos unos pocos pasos del asiento. Ella soltó mi mano, rodeándome el cuello con las manos y apoyando su cabeza en mi pecho. Le rodeé la cintura con mis brazos, pegándola a mi pecho. Empezó a balancearnos al ritmo que ella quería; suave y lento, para nada relacionado con la música que sonaba en el salón.
Tenía miedo de hablar. Tenía miedo de cagarla. Tenía miedo de moverme y descubrir que solo era un sueño. Tenía miedo de que notase mi corazón latiendo rápidamente. Tenía miedo de que ella recuperase la cordura que había perdido por el alcohol. Tenía miedo... de que me soltase.
Apoyé mi mentón en su cabeza. Me limite a disfrutar de su tacto y su aroma. Disfrutar la sensación de volverla a tener en mis brazos después de cuatro años.
—No cambies, Santino— susurró contra mi pecho, lo suficientemente alto como para que apenas la escuchase— No dejes que una mala experiencia, una mala decisión, te arruine la vida. No creo que seas una mala persona. Y vos tampoco deberías creerlo.
Te amo. Te amo. Te amo.
Y verifiqué algo que sabía hacía años. Ella era la mujer de mi vida. Ella era la persona con la que quería pasar el resto de mi vida. Ella iba a ser la única mujer. Era ella o nadie.
Ella era la indicada para mí.
E iba a demostrárselo. Costase lo que costase. Iba a hacer que dejase de odiarme. Iba a lograr que me perdonase. Iba a lograr que volviese a enamorarse de mí. Iba a lograr que se diese cuenta que estábamos destinados a estar juntos.
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Me rindo
Romance❝Era tan hermoso que casi dolía verlo directamente a los ojos. Pero lo que dolía aún más era saber que era intocable. No por su belleza, no. Sino porque ese bombón era mi mejor amigo desde que tenía memoria.❞ Dos mejores amigos. Un amor escondido. ...