Me sentía muy mal. Había empezado con náuseas y dolor abdominal. Pero no había tardado mucho en progresar a vómitos. No sabía exactamente cuánto tiempo había estado en el baño, pero sabía que habían sido más de dos horas. Ya no tenía fuerza o energía.
No iba a mentir. Me había empezado a preocupar. No era una persona que se enfermase con facilidad y si llegaba a pasar odiaba pedir ayuda. Pero ya no sabía qué hacer. Estiré la mano, agarrando mi celular. Marqué el número de la única persona que quería y necesitaba en ese momento. Además de que sabía que me iba a contestar, sin importar que fuesen las tres de la mañana.
—¿Hola?
Tenía la voz extremadamente ronca. Voz que solo tenía cuando acababa de despertarse, mea culpa. Y por el saludo, supe que ni siquiera se había fijado quien era que lo había llamado.
—No me siento bien— dije, suavizando la verdad.
Tampoco quería que tuviese un infarto.
Y sin embargo pude escuchar el ruido de la cama cuando se levantó con rapidez. Además de un quejido cuando probablemente se lastimó en un intento de prender la luz. Lo conocía lo suficiente como para saberlo. En cualquier otra situación me hubiese reído, pero realmente no estaba bien.
—Ya salgo para tu casa. Intenta abrirme la puerta.
No preguntó nada, simplemente cortó la llamada. Sabía que con su última frase dejaba implícito que o abría la puerta o la tiraba abajo. Era capaz de hacerlo, sobre todo cuando le había dicho que no me sentía bien. Por lo menos solo tenía que preocuparme por una puerta, porque apenas me mudé lo anoté como persona que tenía acceso permitido al edificio. Lo incómodo había sido cuando los encargados del edificio me habían preguntado bajo qué relación lo anotaban; familia, amigo, pareja...
¿No existía el indefinido?
Salir del baño, ir hacia la puerta de mi casa y abrirla, consumió toda la energía que me quedaba. La visión se me llenó de puntos negros, por lo que me tuve que sentar en el suelo. Pero nada mejoró. Al contrario. Lo último que recordé, fue pensar que dejar la puerta abierta hasta que llegase Santino no era muy seguro.
Cuando volví a un estado consciente, no estaba tirada en el pasillo de mi departamento, estaba en una habitación que inmediatamente reconocí como de hospital. Era todo blanco, y tenía varias máquinas conectadas a mí.
Giré la cabeza hacia las ventanas por donde entraba una mínima luz. No era de día, al menos no completamente. Pero no era eso lo que me importó. Era el hecho de que Santino estaba apoyado contra ella, mirando el exterior. Tenía el ceño fruncido y los brazos cruzados, claramente distraído con sus propios pensamientos. Y para colmo estaba vestido en jogging, remera que estaba al revés y zapatillas que no combinaban.
Había salido corriendo por mí.
—¿Cuántos años pasaron?— intenté bromear.
Santino se giró inmediatamente, mirándome a la cara. Pude ver la preocupación disipándose mínimamente, pareciendo aliviado. No sonrió, solo soltó un suspiro mientras que se acercaba a mi cama. Apretó uno de los botones antes de sentarse junto a mi pierna.
—Diez. Diego tiene tres hijos, Juan se mudó a Japón y Leo... sigue siendo Leo.
Aquello logró sacarme una risa breve. Estaba claro que él no tenía ganas de bromear, pero lo había hecho por mí. Porque sabía que odiaba la seriedad, sobre todo cuando me sentía mal.
—Juan no se mudaría a Japón. No le gusta el pescado y no sabe hablar el idioma.
Negó suavemente con la cabeza, levantando la mano para poder acariciarme la mejilla. Apoyé mi rostro contra su mano, cerrando brevemente los ojos. No me gustaba verlo preocupado, pero realmente disfrutaba cuando él me malcriaba.
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Me rindo
Romance❝Era tan hermoso que casi dolía verlo directamente a los ojos. Pero lo que dolía aún más era saber que era intocable. No por su belleza, no. Sino porque ese bombón era mi mejor amigo desde que tenía memoria.❞ Dos mejores amigos. Un amor escondido. ...