01| Premios

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(+18)

Salté sobre la cama, aterrizando sobre mi prometido. Soltó un quejido, pero dejó el celular de lado y me sujetó de la cintura. Nos dio vuelta con rapidez, quedando él sobre mí. Y con una sonrisa malvada uso ambas manos para hacerme cosquillas, logrando que riese a carcajadas, moviéndome como pez fuera del agua.

Odiaba las cosquillas. Lo amaba a él.

—Piedad—pedí, casi sin aire.

Inmediatamente frenó, dejando un beso breve en mis labios.

—¿Qué es lo que te tiene tan feliz?

Apoyó su mano en mi mejilla, usando su pulgar para acariciar mi labio inferior. Le sonreí abiertamente, llevando mis manos a sus hombros para darle un apretón y sacudirlo levemente. Siempre le hacía eso cuando estaba emocionada.

—Me pidieron que hiciera una audición para una nueva película sobre bailarines— expliqué velozmente.

Su sonrisa imitó la mía, sus ojos brillando con una mezcla de felicidad y orgullo. Nos vio vuelta nuevamente, para abrazarme fuertemente sin aplastarme. Le devolví el gesto, rodeándome del amor que desprendía.

—Estoy muy orgulloso de vos, Euge. Te lo tenes más que merecido.

Era ridículamente perfecto.

Agarré su nuca, guiándolo hacia abajo para poder besarlo. Sus manos bajaron por mis costados hasta llegar a mis piernas. Subió y bajó sus manos, acariciándome.

—Te amo— susurré, separándome brevemente.

Sonrió contra mis labios.

—No tanto como yo a vos.

Se apartó de mis labios para hacer un recorrido de besos húmedos hasta llegar al borde de mi remera. Y sin más se levantó de mi cuerpo, acostándose junto a mí. Alcé una de mis cejas, mirándolo con curiosidad.

Me dedicó una sonrisa pícara.

—Te mereces un premio, ¿no te parece?

Sí, señor.

Me moví hasta poder quedar parada en la cama. En un movimiento extremadamente rápido me saqué la remera y la tiré hacia un costado. Mi prometido se rió, negando con la cabeza divertido ante mi ansiedad. Le saqué la lengua, para a continuación sacarme la tanga y también tirarla a un lado.

Caminé sobre el colchón hasta poder quedar directamente sobre su cabeza. Me arrodillé, dejando mi intimidad a centímetros de su rostro. Ok. No era la primera vez que hacíamos eso, pero siempre tenía el mismo miedo... aplastarlo o asfixiarlo.

¿Era normal?

Él rodó los ojos, llevando sus manos a mis piernas para bajarme aún más.

—Si me muriera haciéndote sexo oral, moriría feliz.

No pude evitar reírme. Pero la risa se me cortó en cuanto su lengua hizo contacto con mis labios inferiores. Los ojos me rodaron involuntariamente. A la mierda. Lo amaba.

Quizás tanto como amaba cómo me daba sexo oral.

—San— gemí, agarrándome del cabezal de la cama.

Una de sus manos dejó mi pierna para poder ir hasta mi pecho. Agarró uno de mis pezones, pellizcándolo con suavidad. Mierda. Nunca me iba a cansar de estar con ese hombre. Todo lo que hacía y dejaba de hacer me gustaba.

Más bien, encantaba.

Y como Santino sabía lo que hacía, tan solo unos pocos momentos después tuve mi orgasmo. Fue arrollador, pero aun temblando me moví para no asfixiarlo. Me acosté sobre su pecho, dejando un beso en uno de sus pectorales. Sus manos fueron a mi espalda, masajeándome y acariciándome casi distraídamente.

—Tu lengua definitivamente te hizo ganarte un lugar en el Cielo.

No se rió en voz alta, pero pude sentir como su pecho se movió por la risa contenida.

—Me alegro que te guste.

—Lo suficiente como para estar con ella por el resto de mi vida.

Me besó la frente, bajando una de sus manos para palmearme con suavidad el culo. Nos quedamos en silencio, simplemente disfrutando de la presencia del otro. Los días tirados en la cama no eran algo normal. Nuestros horarios laborales eran largos y... sinceramente una mierda.

—Sé que dijimos que íbamos a esperar para el casamiento. Y sigo opinando eso, pero...— respiró hondo— No veo la hora de llamarte esposa.

Los ojos se me llenaron de lágrimas inmediatamente. ¡Agh!

¿Tenía que ser tan estúpidamente perfecto todo el tiempo?

Levanté la cabeza de su pecho para poder unir nuestros labios en un beso largo. Un beso con el cual intenté transmitirle todo lo que sentía, porque había veces en las que las palabras no eran suficientes.

—Sos lo mejor que tengo, Santino.

Enredó mis cabellos con una de sus manos, acercándome a su cara para poder volver a besarme.

*****

Los múltiples premios que Santino me había dado me dejaron prácticamente desmayada. Había tenido que dormir la siesta, aunque no había sido un sacrificio. No era algo que podía hacer seguido y lo apreciaba.

Sobre todo cuando era la consecuencia de múltiples orga... digo, premios.

Me levanté de la cama soltando un bostezo. Estaba sola, pero lo supe antes de abrir los ojos. Santino era como una estufa humana, era imposible no darse cuenta cuando estaba y cuando no.

Agarré una de las remeras de Santino, tapando mi desnudez. Caminé por la casa hasta llegar a la cocina. Él estaba cortando verdura, tarareando un cuarteto que sonaba bajito, probablemente para no despertarme. Mi sonrisa fue instantánea, sobre todo al ver como movía muy levemente los pies.

Subí el volumen del reproductor, logrando que me mirase sobre su hombro. Inmediatamente sus ojos brillaron con apreciación ante la remera que había elegido; blanca y finita. Dejó el cuchillo de lado, limpiándose las manos con un repasador. Después se dio la vuelta, ofreciéndome una de sus manos exageradamente. Acepté el gesto, empezando a movernos por la cocina como si fuese un concurso de baile.

El cuarteto terminó y arrancó una canción lenta. Santino tiró de mis manos, pegándome a su pecho y rodeándome la cintura con los brazos. Llevé mis manos a su cuello, tirando la cabeza hacia atrás para poder mirarlo.

—¿Qué estabas cocinando?— pregunté, parándome en mis puntitas para poder dejar un beso en su mentón.

—Iba a hacer un salteado de verduras, ¿te copa?

Asentí con la cabeza, prácticamente salivando ante la idea. En los últimos meses los dos habíamos aprendido a cocinar mucho. Sobre todo él. Se entretenía buscando recetas en internet y tratando de imitarlas. Y la mayoría de las veces le embocaba.

—Sí— contesté, después de que me diera un beso en los labios— ¿Te ayudo con algo?

Nos separamos para que él pudiese volver a cocinar.

—Anda poniendo la mesa y buscando algo para ver.

Amaba convivir con él. Y no por el hecho de que cocinaba.

Al menos no solo por eso.

Amaba convivir con él porque podíamos compartir esos momentos únicos. Nosotros cocinando, bailando, viendo películas o series, duchándonos juntos, hablando antes de dormirnos.

Mierda, estaba segura de que era algo que no hubiese sido igual de bueno con ninguna otra persona que no fuese él.

Me rindoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora