15| Santa Trinidad

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La película había sido muy bien recibida por el público. La gente me reconocía en la calle, y no solo por ser la pareja de Santino o por mis videos de baile. No estaba acostumbrada a que me pidieran tantas fotos. Era... extraño, pero no malo. A la excepción de que cuando había ido al ginecólogo para poder sacarme el DIU me había pedido una foto.

Eso había sido sencillamente malo.

Apenas habíamos vuelto de España, Santino había empezado a hacer un esfuerzo en nuestra relación. Cuando no trabajaba o entrenaba, estaba conmigo. Hacía planes para citas, o me cocinaba, o me compraba flores. O teníamos sexo. Mucho, mucho sexo.

Habían sido unas muy buenas semanas. Tenía que admitir que volver a reconectarnos era bueno. Por tanto trabajo nos habíamos perdido un poco. Y con la rutina la gente perdía la chispa.

No era una exageración. Era un hecho.

Y esas no eran las únicas novedades. Me había contactado con Jazmín Botta, y había empezado a trabajar en su estudio. Me había dejado elegir el estilo de baile y los horarios (dentro de la disponibilidad de las salas). Enseñaba todos los días de la semana por dos horas. Era algo que amaba y encima ganaba bien.

—¡Muy bien, gente!— los aplaudí, sonriendo abiertamente— Ahora si podemos arrancar desde la...

Me cortó mi celular. Era el sonido de una llamada. Era extraño. Nadie me había llamado en el tiempo que llevaba trabajando para Jazmín. Sabían que no me gustaba interrumpir mis clases.

Odiaba perder tiempo de clase.

—Tomen un poco de agua mientras atiendo rápido.

Sonreí cuando escuché los suspiros de alivio. Corrí hacia el parlante, agarrando mi celular que estaba apoyado sobre el mismo. Era un número desconocido. Es decir, el número aparecía, pero no lo conocía. Igualmente atendí.

—¿Hola?

—¿Eugenia Sánchez?— preguntó el hombre del otro lado.

Tragué saliva, teniendo un presentimiento horrible. Era esa sensación de un escalofrío por la espalda. Algo que era casi palpable. Algo que estaba mal. Muy, muy mal.

—Sí.

—Me comunico del Hospital Santa Trinidad. Su prometido, Santino Velázquez, fue admitido por un accidente automovilístico...

¡No! ¡No! ¡NO!

Casi pude sentir como mi corazón se apretó, al mismo tiempo que se me hizo un nudo en la garganta. Fueron sensaciones tan abrumadoras que no pude escuchar nada más. El teléfono se me cayó de las manos y las rodillas me fallaron. Mis alumnos se acercaron inmediatamente, dispuestos a ayudarme, pero aparté sus manos.

Eso no estaba pasando.

Santino no podía estar en el Hospital.

Agarré el celular y mi bolso, saliendo corriendo del estudio. Jazmín, quien normalmente no estaba en el estudio, debió de verme, porque me alcanzó a la salida. Me sujetó del codo, intentando tranquilizarme lo suficiente como para que pudiese contarle lo que me pasaba.

No era que estuviese llorando o gritando. Estaba muda. No podía hablar más allá del nudo. Sentía que apenas podía respirar.

—Hospital Santa Trinidad— fue lo único que le alcancé a decir con claridad.

No me soltó el codo, guiándome hacia su auto. Nos subimos y en lo que se sintió como una eternidad después llegamos. Me bajé antes de que frenara, corriendo hacia la entrada. Fui al escritorio, empujando distraídamente a quien estuviese en mi camino.

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