Él entró a la fiesta y el mundo pareció ralentizarse.
Todos los ojos fueron en su dirección, como si de un imán se tratase. Era el efecto que causaba en todo ser vivo, y lo sabía a la perfección. No se molestaba en fingir que no lo notaba. Lo disfrutaba.
Santino Velázquez era la personificación de la belleza masculina. Era alto, alrededor del metro noventa, con un cuerpo claramente trabajado en el gimnasio durante horas y horas a la semana. Tenía cabello marrón, que normalmente llevaba peinado hacia atrás con un pequeño mechón rebelde que caía sobre su frente. Sus ojos eran celestes, tan claros que eran casi hipnotizantes. Su nariz era recta, sus labios rellenos y su mandíbula cuadrada. Además de que había empezado a dejarse una barba prolijamente recortada y cuidada.
Así que sí, si alguien buscaba belleza masculina en internet, la única fotografía que debía de aparecer era la suya. Porque no había modelo o actor que le llegase a los talones.
Era la clase de persona que estaba buena hasta durmiendo o haciendo ejercicio.
Era la clase de persona por las que te tropezabas en la calle al verlo pasar.
Era tan hermoso que casi dolía verlo directamente a los ojos.
Pero lo que dolía aún más era saber que era intocable. No por su belleza, no. Sino porque ese bombón era mi mejor amigo desde que tenía memoria.
Saludó a la gente a su paso, llevando una de sus manos a su cabello y revolviéndolo distraídamente. Aproveché su distracción para recorrerlo con la mirada. Tenía puesta una camisa blanca arremangada y con algunos botones desabrochados, un jean negro y unas zapatillas de marca. Sí, como si fuese poco también se vestía bien.
Sus ojos recorrieron el lugar, sin dejar de hablar con las personas que lo rodeaban como si fuesen fanáticos. Respiré hondo, sabiendo perfectamente a quien buscaba. Llevé el vaso de alcohol a mis labios, terminando el contenido de un solo trago. En cuanto alejé el vaso de mi rostro, sus ojos conectaron con los míos. Inmediatamente sonrió.
Dijo unas pocas palabras a la gente que lo acompañaba, alejándose de ellos con rapidez. Cortó la distancia entre nosotros, sin molestarse en mirar a la gente que me acompañaba. Se detuvo a un paso de mi cuerpo, y debido a que estaba sentada en un sillón, tenía su bragueta en la cara.
¿Tenía que torturarme de esa forma? Era como pasear una torta por la cara de un diabético. O unas papas fritas con un hipertenso. O...
Estiró su mano, sujetando la mía y tirando de mi cuerpo hacia arriba. No dio un paso hacia atrás, por lo que mi cuerpo quedó pegado al suyo. Su mano libre fue a mi cadera, dándome un suave apretón, mientras que se inclinaba levemente para dejar un beso en mi frente.
—Hola, hermosa.
Tiré mi cabeza hacia atrás, para poder verlo a la cara. Tenía una sonrisa amistosa, logrando que sus labios rellenos se estiraran. ¿No se daba cuenta de nada de lo que me causaba? No era estúpido. Al contrario, era una de las personas más inteligentes que conocía. Pero sabía que para él era natural porque siempre había sido así conmigo; cariñoso y atento.
Eso era definitivamente tortura.
—¿Decidiste honrarnos con tu presencia?
No se ofendió porque siempre bromeábamos entre nosotros.
—No quería que lloraras mi ausencia.
—Sangre estaba llorando— devolví, rodando los ojos.
Santino se rió, negando suavemente con la cabeza. Movió mi cuerpo hacia un lado, sentándose en el único asiento libre en el sillón, que previamente era mío. Alcé una de mis cejas, mostrándole mi descontento. Santino sonrió, apoyando sus manos en mi cadera y tirando de mí hasta que quedé sentada en su regazo.
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Me rindo
Romansa❝Era tan hermoso que casi dolía verlo directamente a los ojos. Pero lo que dolía aún más era saber que era intocable. No por su belleza, no. Sino porque ese bombón era mi mejor amigo desde que tenía memoria.❞ Dos mejores amigos. Un amor escondido. ...