10| Comer

2K 85 0
                                    

(+18)

Los cinco minutos de viaje en auto hasta su dúplex fueron una tortura. Cinco minutos eternos. Lo único que hizo fue acariciarme el muslo durante una luz roja, pero nada más. No mentía cuando decía que Santino era un conductor responsable, y no iba a desconcentrarse tocándome.

Estacionó el auto con facilidad, bajándose casi de la camioneta de un salto. No podía burlarme de él. No cuando estaba en las mismas condiciones. Me bajé y cerré la puerta, caminando hacia él. Entrelazó nuestros dedos, guiándome hacia la puerta.

Ya tenía la llave en la mano, abriendo con rapidez y haciéndome entrar. Cerró la puerta detrás de nosotros, sin soltarme en ningún momento. No podía dejar de mirarlo, como si fuese a desparecer en algún momento. Dejó las llaves y la billetera en la mesita que había junto a la entrada.

—¿Queres algo de comer o tomar?

Unió nuestras miradas, demostrándome que no era la única que sentía la intensidad entre nosotros.

—N-no— tartamudeé.

Sonrió levemente, casi con maldad. Me hubiese gustado poder leerle los pensamientos. Se inclinó, apoyando sus labios sobre mi cuello. Mordisqueó mi piel con suavidad, para después pasar su lengua por la zona.

Iba a tener un orgasmo por solo tenerlo cerca.

—Yo te quiero comer a vos— dejó un beso sobre mi piel, logrando que sintiese un escalofrío de pura necesidad— Pero en mi habitación.

Mi respiración estaba tan acelerada que cualquiera que me viese podía llegar a pensar que había estado en una maratón. Pero no. Era el efecto que él tenía sobre mí. Lograba que mi corazón latiese tan rápido que me preocupaba.

—Vamos.

Santino sonrió contra mi piel, besando nuevamente el lugar. Se agachó, rodeando mi cuerpo con sus brazos y colocándome sobre su hombro. Solté un grito de sorpresa, sin enojarme.

—Va a ser más rápido si nos llevó yo.

Sonreí contra su espalda, sujetándome a su camisa y cerrando los ojos para no marearme.

—Es bueno saber que tantas horas en el gimnasio sirven de algo.

Me dio una palmada en el culo, subiendo por las escaleras con rapidez. Abrió la puerta de su habitación, dejándome sobre mis propios pies con suavidad. Tiré la cabeza hacia atrás para poder verlo a la cara.

—¿Estas segura que queres esto, Eugenia?— llevó su mano a mi mejilla, acariciándome con suavidad.

—Sí— sabía que necesitaba que lo dijese en voz alta.

—Podes frenar e irte en cualquier momento. Prometo no enojarme...— estaba dispuesta a interrumpirlo, pero apoyó su pulgar sobre mis labios para silenciarme— Necesito que sepas que poder irte sabiendo que te voy a seguir queriendo igual. Lo que me importa sos vos.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. Me encantaba que se preocupase tanto por mí. Me encantaba que quisiese asegurarse que estaba bien con todo eso.

—Lo sé.

Necesitaba que se relajase. Normalmente era una persona segura, y sin embargo sabía que estaba nervioso. Parecía fuera de sí. Como si no pudiese creer todo aquello. Como si no quisiese arruinarlo.

No era el único.

Llevé su pulgar al interior de mi boca, chupándolo sin apartar mi mirada de la suya. Tragó saliva, sus ojos dilatándose.

Me rindoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora