06| Nadie

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-Punto de vista de Santino-

«—¿Quién me merece?

—Nadie»

Eugenia Sánchez era la clase de mujer que se merecía lo mejor, y más. Era graciosa, apasionada, terca, hermosa, pero por sobre todo era buena. Hasta me atrevía a decir que era la mujer más buena que conocía. Y sabía que no era el amor que sentía por ella cegándome. Era una realidad.

Era la clase de persona que; si veía a alguien en necesidad lo ayudaba, hacía sentir a todos incluidos, si veía a alguien mal emocionalmente se quedaba hablando y hablando hasta lograr algún tipo de mejoría, se interesaba en el resto, y muchas cosas más.

Así que sí, nadie se la merecía. Incluyéndome.

Y a pesar de que sabía que no la merecía. De que ella podía estar con alguien mucho mejor. Verla sonreír, coquetear, bailar y guiñar sus ojos a otros hombres... Mierda. Era como tener al alcance de la mano aquello que necesitabas para vivir, pero no poder agarrarlo. Era... una tortura que me destrozaba poco a poco.

Quería ser egoísta. Quería tenerla solo para mí. Quería que no existiese ningún otro hombre para ella. Quería ser su primer y último novio. Quería ser su gran historia de amor. Quería...

Quería que dejase de doler.

Pero iba a ser imposible. Estaba resignado. Sabía que nunca iba a amar a otra mujer como la amaba a ella. Era la desventaja de que fuera una extensión mía. Creía conocerla como la palma de mi mano, por eso me había descolocado completamente no saber de su trabajo en ese bar.

«—¿Por qué no me lo dijiste?

—No pensé que fuera importante.»

Había querido reírme. Había querido demostrar lo inmensamente estúpido que me había parecido aquello. Pero no lo había hecho. No cuando el corazón se me había encogido inmediatamente de solo pensar que le había hecho sentir que no era importante. ¿No era importante? Todo lo que hacía o dejaba de hacer me resultaba importante. Ella era una de mis prioridades en la vida. Por no decir mi única prioridad.

La amaba tanto que dolía.

¿Cómo no me había dado cuenta? ¿Cómo no había sabido que estaba trabajando en un bar? ¿Cómo es que ni siquiera sus papás lo habían mencionado en una de las miles de veces que había estado en su casa? ¿Lo sabían? Tenían que saberlo. Salía de noche de la casa. Algo extremadamente peligroso que me erizaba la piel de solo pensarlo.

Era mi culpa.

Cuidarla era mi trabajo. Era la responsabilidad que había asumido con gusto. Pero claramente lo había hecho mal. Había sido descuidado. Había dejado de prestar atención a los pequeños detalles, perdido en mis pensamientos y sentimientos.

«—¿Qué pasa, hermosa?

—Solo... estoy cansada.»

No era la verdad. Al menos no completa. Sabía que su respuesta no estaba relacionada con el sueño. No era algo físico. ¿Creía que no me había dado cuenta? ¿O no le importaba? Después de todo, para ella solo era su mejor amigo. ¿Quién hubiese sabido que se podía odiar tanto un título?

Odiaba ser solo su mejor amigo.

Llevarla a su casa sin hablar del tema me había destruido un poco más. Pero no podía, ni quería forzarla a hablar. Quería que naciese de ella decirme la verdad. Decirme que era lo que la molestaba. Que era lo que la tenía tan cansado.

Pero no sabía si era capaz de esperar a la respuesta. Además, ¿qué me aseguraba que en algún momento iba a recibirla? ¿Quién decía que ella iba a contármelo?

Ya no sabía que esperar.

A excepción de un corazón roto.

Eugenia iba a continuar rompiéndome el corazón sin siquiera saberlo. Lo iba a destruir tanto que iba a quedar completamente inutilizado para cualquier otra mujer. Pero estaba más que dispuesto a soportarlo. Estaba saltando al abismo con los brazos abiertos y una sonrisa en el rostro.

¿Porque quién mejor para romperme el corazón que Eugenia Sánchez? La respuesta era tan sencilla que ni siquiera tenía que pensarla.

Nadie.

Me rindoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora