21| Meses (parte II)

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En el mes siete empecé a tener más cambios de humor notorios, al punto que había veces en las que apenas me toleraba a mí misma. Además de que el la molestia en la espalda ya era un dolor, que Santino se encargaba de masajear para ayudar. Se me había empezado a dificultar respirar, y me cansaba mucho más rápido.

Eso no quitaba que siguiese teniendo sexo.

Fue mi último mes de trabajo, por recomendación de la doctora. Jazmín me apoyó mucho en todo el proceso, asegurándome el trabajo en cuanto me sintiese lista para volver después de dar a luz.

Para el mes ocho ya estaba preparada para que la beba saliera. Tenía hinchado hasta el culo. Sus movimientos se sentían mucho, hasta en las putas costillas. La amaba con todo mí ser, pero necesitaba que saliera. Como Rachel en Friends.

Santi decía que sus movimientos eran porque iba a ser bailarina como yo.

Zapateadora profesional.

A pesar del malhumor y el cansancio, tenía que admitir que Santino había sido la pareja ideal. Cuando no trabajaba, estaba conmigo. Me hacía masajes, preparaba la comida, hacía los quehaceres de la casa, había hecho la habitación de la beba (con la ayuda de familia y amigos) y muchas cosas más.

Solté un suspiro, mirando la habitación desde la puerta. Estaba pintada de blanca y gris. Tenía todos los muebles llenos y acomodados. Diferentes cuadros colgados, con dibujos de distintos animales y frases lindas. Había un placard que rebalsaba de ropa y cajones llenos de juguetes sin abrir.

Era perfecta.

Sentí su pecho contra mi espalda, por lo que me apoyé en él. Él hizo algo que había aprendido en una de las tantas clases prenatales a las que habíamos asistido, usando sus manos para levantar levemente mi estómago.

Solté un gemido involuntario.

—Mejor que el sexo— susurré, haciendo que él se riese.

—¿Te gusta la habitación?— me preguntó, después de haber besado mi sien.

—Es perfecta— admití.

Nos quedamos en silencio, admirando el trabajo que todos ellos había hecho. No es que yo no hubiese querido ayudar, no me habían dejado. Aunque en ese momento lo agradecía, era un estrés menos.

Después de unos minutos soltó muy lentamente mi panza, dejando que me volviese a acostumbrar al peso. Me di la vuelta, teniendo que dar un paso atrás para darle lugar a mi estómago.

—Gracias, San.

Me sonrió, negando suavemente con la cabeza.

—Vos sos la que hace de incubadora humana— levantó su mano para acariciarme la mejilla— Yo solo intento ayudar en lo que puedo.

Los ojos se me llenaron de lágrimas. Santi se inclinó para poder unir nuestros labios. Me besó con profundidad, intentando transmitirme todo lo que no dijo.

Amor. Mucho, pero mucho amor.

*****

Y el noveno mes.

Estaba durmiendo como el culo. No podía aguantar el pis, si lo hacía y justo la beba se movía aunque fuese un poco, me pillaba encima. Si me sentaba o acostaba, no me podía parar sola. Tenía contracciones y pinchazos. Hemorroides por hacer fuerza al ir al baño. Honestamente, amaba a mi beba, pero todo...

Era una cagada.

¿Me hacía mala madre admitir eso?

Dios, ni siquiera había nacido y ya tenía dudas de si era mala madre.

Santi intentaba subirme la moral, pero mis molestias eran casi palpables. A esa altura no entendía como las mujeres decidían pasar por todo eso más de una vez. Y ni siquiera había parido.

Miré de reojo a Santi. Estábamos sentados en el sillón viendo series cómicas. Era alrededor de la medianoche, pero no era fuera de lo normal que siguiésemos despiertos. Era algo que hacíamos desde antes del embarazo.

Hablando de cosas que hacíamos desde antes del embarazo...

Me sentía prendida fuego. Las hormonas se habían concentrado en mi entrepierna. Científicamente imposible, pero figurativamente real. La doctora me había repetido que todos los embarazos eran diferentes, y que en el mío podía seguir teniendo sexo.

Por suerte.

Me humedecí los labios, agarrando la mano de Santi que estaba sobre mí estómago. En un principio no reaccionó. Al menos no hasta que empecé a descenderla lentamente hacia mi entrepierna.

Giró la cabeza, mirando nuestras manos y después mi rostro. Debió de notar que tenía las mejillas rojas y las pupilas dilatadas, porque me sonrió como el Gato de Cheshire.

—¿Necesitas algo?— preguntó inocentemente.

—Un orgasmo. Más de uno se agradecen.

Él se rió, pero mientras que lo hizo se levantó del sillón para poder arrodillarse entre mis piernas.

—Sería un honor.

Apoyó sus manos en mis piernas y tiró de mi cuerpo hacia delante, colocando rápidamente un almohadón en mi espalda para que estuviese reclinada, pero cómoda. Levantó la remera que tenía puesta, dejando a la vista mi desnudez.

Era mi casa. Podía andar desnuda si quería. Además de que nos encargábamos de desinfectar los muebles también.

Bueno, Santino se encargaba.

Se mordió el labio inferior, mirándome desde su posición.

—Sos la mujer más hermosa que vi en mi vida.

Rodé los ojos ante el cumplido. Era algo que hacía todos los días. Decirme que era hermosa y refutarme cuando le decía que estaba gorda. Debió de ver mi reacción, porque empezó a besar mis muslos hasta llegar a mi entrepierna, logrando que dejase de pensar.

Santino era muy hábil con la lengua, por lo que no tardé mucho en acabar. Tirando la cabeza hacia atrás por el agotamiento que sentía cuando estaba satisfecha. Aun así mantuve mis ojos sobre él, viendo cómo se hacía acabar a sí mismo sobre mi estómago.

—Quiero comer papas fritas— comenté después de un momento.

Santi estalló en carcajadas, pero asintió con la cabeza.

—Te limpio y me pongo a pelar papas.

Él hacía todo bien.

Orgasmos y comida.

Me rindoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora