06| Trampa

482 23 0
                                    

—¡Luana!

La bailarina se giró para mirarme, dejando de caminar. La había conocido unos días atrás, cuando habían arrancado los ensayos grupales. Era una polaca (no literalmente) divina. Extremadamente simpática. Siempre lograba sacarme una sonrisa.

—¿Qué pasa, bombón?

Ah, sí, me decía bombón.

No me molestaba. Me causaba cierta gracia. Apenas habíamos empezado a hablar me había contado que era bisexual, pero también me había contado que no se sentía atraída por mí. No me había ofendido.

—Voy a ir a un bar con mis amigos, quiero que te sumes.

Me caía muy bien, como ninguna chica antes lo había hecho. Pero... tenía que admitir que tenía motivos ocultos. Y aparentemente mi sonrisa llena de inocencia fingida no era muy buena. La polaca me examinó, como si lo supiese a la perfección a pesar de conocerme hacía poco tiempo.

—¿Cuál es la trampa?

Ups.

Me mordí el interior de la mejilla, encogiéndome de hombros.

—No hay tal trampa.

Ponele.

Hizo una mueca con los labios, para después sonreír abiertamente.

—Si me asesinas, asegúrate de elegir un outfit lindo para cuando me entierren.

Rodé los ojos, aceptando su sentido del humor.

Por muy oscuro que fuese.

Enganché nuestros codos, prácticamente saltando hasta la salida del estudio. Luana estalló en carcajadas, divertida con mi actitud. Se dejó guiar. No era muy lejos, los chicos habían elegido un bar cerca del estudio, sabiendo que me era más conveniente. No tardamos mucho en estar en el lugar, buscándolos con la mirada. Alzaron la mano en cuanto me vieron, indicándome que me acercara.

—Estoy toda transpirada— comentó ella, mirándolos desde la distancia.

Me reí, prácticamente arrastrándola hacia la mesa.

—Ellos vienen de correr, y yo estoy igual que vos.

Nah, yo estaba peor.     

La polaca era la clase de personas que transpiraba como si la estuviesen grabando para una película. Y yo no. Yo transpiraba como si me pagasen por cada gota de sudor. Era algo que tenía asumido hacía tiempo.

—Hola chicos— señalé a mi acompañante— Ella es Luana.

Me quedé a su lado mientras que los chicos levantaban sus manos e iban presentándose. Conecté mi mirada con Juan, guiñándole un ojo disimuladamente. Se sonrojó, fulminándome con la mirada.

No era una trampa. No del todo. No era como si los fuese a forzar a que estuviesen juntos. Simplemente les estaba dando un suave empujoncito.

San aprovechó las presentaciones para acercarse y besarme levemente.

—¿Nueva amiga?

—Quiero que lo sea— admití.

Realmente parecía ser una buena persona. Y deseaba no equivocarme, sobre todo si al final terminaba en algo con Juan.

—Ya pedimos los cervezas— comentó Leo, haciendo una mueca y señalando las botellitas que había en la mesa— Pero no sabíamos que venía Luana.

Sonreí disimuladamente.

—No pasa nada. Juan, ¿por qué no la acompañas a pedir a la barra?

Puede que mi empujoncito no fuese tan sutil.

Bueno, había tenido la sutilidad de un camión acoplado.

Él se levantó de su asiento, dándole la vuelta a la mesa y acercándose a Luana. Ella le sonrió simpáticamente, haciendo un gesto para indicarle que caminasen juntos. Agradecí mentalmente que ella fuese tan extrovertida.

—¿Estas queriendo ser cupido?— me preguntó Diego en cuanto los dos se alejaron.

Los cuatro estábamos viendo a la quizás-futura-parejita. Luana se había apoyado contra la barra, hablando y gesticulando, mientras Juan se reía, asintiendo con la cabeza.

—Se ven lindos juntos, ¿no?

Ellos se rieron, negando con la cabeza ante mis locuras.

*****

Horas después todos estábamos saliendo del bar. Nadie estaba borracho, pero todos estábamos achispados. Bueno, todos menos Santino. Aparentemente nunca se iba a cansar de ser el conductor designado.

—Luana, ¿queres que te alcancemos hasta tu casa?

Santi estaba rodeando mis hombros con uno de sus brazos, pegándome a su costado. Su cabeza estaba girada en dirección a la polaca, sonriéndole con amabilidad.

—No entramos todos— dijo ella.

Era cierto. No entrabamos uno por asiento. Pero podían sentarse uno arriba de otro. No era lo más seguro del mundo, pero era la única solución que se me ocurría.

—Yo me puedo volver tranquilamente en taxi— se metió Juan, pasándose la mano por la nuca.

Me mordí el interior de la mejilla, intentando contener mi sonrisa. Los dos habían pegado muy buena onda durante la juntada. Habían estado hablando, haciéndose ojitos y riéndose.

Lo de cupido se me daba bien.

—No, no puedo hacerte eso— Luana negó con la cabeza— Es mucho.

Juan se rió, también negando.

—No es mucho. Es más seguro que un hombre vaya solo en taxi, que una mujer.

Era cierto. Era mucho más seguro.

La polaca apartó la mirada de él por tan solo unos segundos. Le guiñé un ojo, logrando que se sonrojase.

—Podemos volvernos juntos en taxi. No vivo muy lejos de acá.

Ah, mierda.

Por suerte tenía el brazo de Santino sobre mis hombros, impidiendo que saltase en el lugar de la felicidad.

—Es un buen plan— se metió Diego, colaborando— Juan se puede fijar que Luana llegue bien a su casa.

Leo se rió, mirando hacia otro lado.

—Más bien a su cama— susurró.

Yo sola lo escuché, por lo que hice un esfuerzo para no reírme. Use el brazo que no tenía pegado a Santino para clavarle el codo a Leo. No quería que los intimidase. No cuando los dos se habían puesto tímidos.

—Bueno, cuídense.

Me separé de mi prometido para poder darle un abrazo a Luana. Ella me lo devolvió, pegando sus labios a mi oreja.

—Fue una buena trampa.

Sí, señor.

Estallé en carcajadas, separándome de ella. Le guiñé un ojo, caminando hasta Juan para también poder abrazarlo.

—Estas sonriendo como el Guasón— fue su turno de susurrar.

No dejé de hacerlo, ni siquiera cuando los vi subirse juntos a un taxi que Luana había logrado frenar.

—He aquí nuestra nueva cupido— dijo Leo en cuanto el vehículo arrancó.

Ellos empezaron a reírse como si su vida dependiese de ello, mucho más cuando yo alcé las manos en el aire de manera victoriosa.

El instinto nunca fallaba.

Me rindoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora