16| Inseguridades

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—¿Cuándo te diste cuenta que estabas enamorada de mí?

¿Eh?   

Levanté la cabeza, apoyando mi barbilla en su pecho para mirarlo. Su mirada estaba sobre mí, y no en la televisión, donde se estaba reproduciendo la película que él había elegido. Sinceramente era aburrida, y yo tampoco le había estado prestando mucha atención. Santino tenía un gusto de mierda para las películas, pero en ocasiones lo dejaba elegir.

El amor, ¿no? Te hacía cometer pequeñas y grandes estupideces.

Además de que no me molestaba ver una película de mierda cuando estaba acostada cómodamente sobre él en el sillón. Y como bonus me hacía mimitos o simplemente me agarraba.

—¿A qué viene la pregunta?

La mano que tenía agarrando mi culo me dio un suave apretón.

—Curiosidad— encogió un solo hombro— Contame.

Pero no solo había curiosidad en su mirada. También ansiedad. La pregunta era; ¿por qué le importaba tanto la respuesta? No cambiaba nada.

—Cuando teníamos trece—me humedecí los labios, recordando el pasado— Había estado empecinada en aprender a usar patines. Y les había hinchado tanto las pelotas a mis papás que terminaron regalándomelos para mi cumpleaños.

Santino sonrió levemente, asintiendo con la cabeza. Me miraba pero podía notar que estaba perdido en los recuerdos. Como yo.

—Te acompañé la primera vez que te los pusiste— tragó saliva, haciendo una mueca— Te caíste y lastimaste tantas veces que quería sacártelos a la fuerza.

No pude evitar reírme ante aquello. Ese día me había caído tantas veces que de no haber usado casco probablemente hubiera terminado con una contusión.

—Tu cara de miedo. Tu preocupación— enumeré, notando que volvió a prestarme su completa atención— Ese día me di cuenta que te amaba mucho más como un amigo. Y que no podía demostrarlo porque no quería perderte.

Apartó la mirada, clavándola en el techo del living. Y no dijo nada por unos pocos minutos. Como si estuviese analizando la situación. ¿Pero que había que analizar?

—Para mí fue a los nueve— susurró, pasando su lengua por sus caninos.

—¿Nueve?—repetí, con incredulidad— Imposible.

A los nueve éramos chiquitos.  Veíamos películas infantiles, jugábamos afuera, teníamos juguetes. A los nueve era mentalidad de nenes. ¿Cómo se suponía que se había dado cuenta que me amaba como más que una amiga?

Sus ojos celestes fueron a los míos, transmitiéndome su seriedad.

—Mi cumpleaños número nueve, si queres que sea específico— uso su mano libre para acariciarme la mejilla—El lugar que mis papás habían alquilado era impresionante para un nene de nueve años y estaban todos nuestros compañeros. Pero nada me importó. No cuando el tiempo pasaba y vos no llegabas.

Cerré los ojos brevemente, intentando recordar. Pero sinceramente no pude. Apreté los labios, mirándolo con un poco de vergüenza. Volvió a hacer una mueca, mirando nuevamente el techo. Sabía que era su forma de esconderme sus sentimientos.

Quizás era por eso su ansiedad. Porque algo que había cambiado las cosas drásticamente para él, no había significado nada para mí.

—Perdón— susurré, dejando un beso en su pecho.

Mierda. Tenía un nudo de culpa en la garganta.

—No es tu culpa— me dio un apretón en el culo— Cuando llegaste... nada más me importo. Te concentraste solo en mí, pegándote a mi lado en todo momento. Me agarraste de la mano y me llevaste a todos lados; el pelotero, las maquinitas, al patio. Se sintió increíble, como si fuese la persona más afortunada del mundo. Ese día me di cuenta.

Me rindoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora