02| Galaxia

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-Punto de vista de Santino-

Había un dicho que nunca en mi puta había usado. Pero cuando Leo dijo "volvió el alma de la fiesta", era lo único que podía pensar con claridad. Porque sí, no estaba pensando. No desde que nuestras miradas se habían cruzado. En fin;

Me volvió el alma al cuerpo.

No había mejores palabras para describirlo. Pero podía seguir intentándolo. Sentía como si pudiese volver a respirar después de cuatro años. Era como si hubiese recuperado una parte de mí que sabía perfectamente que me faltaba.

Estaba apoyado en la barra, bebiendo agua. No como todos mis amigos, quienes apenas podían mantenerse de pie. Bueno, todos menos Eugenia. Ella estaba en medio de la pequeña pista, bailando sin prestar atención a nadie. Pero toda la atención estaba sobre ella. Si de por si tenía un aura especial, cuando bailaba... brillaba.

No era una estrella, era una galaxia entera.

Todo eso no significaba que no estuviese igual de borracha que el resto. Había estado tomando tequila como si fuese agua. Probablemente para no tener que soportar mí presencia. Me había estado esquivando como si tuviese lepra.

Que no significase que no era merecido.

—Podrías intentar disimularlo.

Por mi visión periférica lo pude ver sentarse en uno de los taburetes de la barra. Pero no me giré. No quería alejar mi mirada de Eugenia. Tenía el estúpido miedo de que desapareciese en cuanto lo hiciese. Esos últimos cuatro años habían sido una tortura. 

Una tortura autoinfligida.

—No puedo— admití.

Se quedó en silencio un momento, también mirando a la rubia acastañada.

—Lo que no podes es volver a cagarla— su tono era firme, sin dar lugar a peleas— No la tuvimos por cuatro años. Nadie quiere eso devuelta.

La sangre me hirvió. ¿Con que cara me decía eso? ¿Cómo si yo no hubiese sufrido? ¿Cómo si él no hubiese sabido lo mucho que me había dolido todo aquello?

Es tu amigo, me recordé.

Me llevé la botella a los labios, bebiendo un trago. Deseé profundamente que fuese algún tipo de alcohol. Había tomado ta solo una lata de cerveza, hacía horas ya. Había traído la camioneta, dispuesto a ser el conductor designado de la despedida de soltero.

—Lo decís como si hubiese querido hacerlo.

—Lo hiciste, quisieras o no.

Había resentimiento en su voz. Resentimiento, que aunque lo ocultasen, sabía que todos mis amigos sentían. La partida de Eugenia a Estados Unidos había sido un golpe fuerte para ellos. ¿Pero que se fuese por cuatro años sin pisar Argentina a excepción de una vez? Los había matado.

No tanto como a mí.

Ellos habían podido hablarle por mensaje, llamada y videollamada. Habían estado al tanto de su vida por la propia boca de ella. Yo... yo había tenido que seguirla por sus redes con cuentas falsas como un acosador psicópata. Había tenido que limitarme a verla hacer su sueño realidad desde un costado.

Pero me gustaba creer que había valido la pena. Que mi dolor no importaba cuando ella había hecho su sueño realidad. Cuando ella trabajaba de lo que le gustaba y se hacía un nombre por ella misma. Cuando la gente se dio cuenta de algo que yo sabía hacía años; que Eugenia tenía talento en todos y cada uno de los poros de su cuerpo.

Me rindoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora