Epílogo

1.3K 35 0
                                    

—¡Muy buena clase, gente!

Aplaudí las manos, felicitándolos. Estaba frente a todos, contra el espejo. Pero ningún par de ojos estaba sobre mí. No tenía que ser adivina para saber qué era lo que los tenía tan distraídos.

No qué, quién.

Miré hacia mi izquierda, viendo como mi hija me imitaba. Al notar mi mirada sonrió abiertamente, haciendo una reverencia. Estallé en carcajadas, al igual que la mayoría de los presentes.

Era una payasa.

Priscila con casi cuatro años era un calco del padre. De pies a cabeza. Era casi ridículo que no tuviese ni siquiera un rasgo mío. Bueno, a excepción de los labios.

Y el amor por el baile.

Para el encanto de todos había nacido con el ritmo en las venas. Era ese uno de los motivos por el que siempre quería acompañarme a mis clases. No dejaba que fuese siempre, pero si muchas veces. Además de que iba a clases de nenes.

Pocos minutos después de que todos se hubiesen ido del estudio, la puerta se volvió a abrir. Seguí ordenando y guardando todo, sabiendo perfectamente quien era. Y había escuchado el grito de Prisci, diciendo "papi".

—¿Dónde está mi bailarina favorita?— preguntó San, ganándose otro gritito de felicidad de mi hija.

No hablaba de mí.

Me colgué el bolso al hombro, girándome para ver como Santi levantaba en el aire a nuestra hija. Dio una vuelta con ella, para después llenarle la cara de besos. La risita infantil de ella era absolutamente preciosa. Igual que la relación entre ellos.

Definitivamente la hija de papi.

Me acerqué a ellos, dejando que Santi estirara su mano para agarrarme y unirme al abrazo. Cerré los ojos, respirando su perfume y disfrutando del momento.

—Hola, esposa.

Derretida.

Sonreí, separándome levemente para poder unir nuestros labios en un beso breve.

—Uno creería que después de tanto tiempo te cansarías de decirme esposa— bromeé.

Apróximadamente tres años atrás nos habíamos casado por civil y después habíamos hecho una reunión en casa. Contrario a lo que había deseado Santi años antes, había sido algo muy chico, de lo que los medios se enteraron al ver las fotos en las redes nuestras.

Santi seguía trabajando de modelo, pero mantenía nuestra vida privada. Era muy complicado que lograsen sacarle cualquier tipo de información sobre nosotras. Y yo seguía dando clases en el Estudio de Jazmín Botta, pero no había hecho nada más. Bueno, aparte de subir videos bailando a las redes.

Pero los dos manteníamos el rostro de nuestra hija lejos de las redes y los medios. Queríamos que tuviese una infancia normal, disfrutando de jugar en el parque y poder hacerse amiga de nenes sin padres con intereses. Que creciese y eligiese ella misma su futuro.

No era fácil.

—¿Vamos a ir a cenar?

Santi asintió con la cabeza, empezando a guiarnos hacia la salida.

—¿Los tíos?— preguntó Prisci, con los ojos brillando de emoción.

Al recibir una respuesta afirmativa de su papá, empezó a aplaudir con emoción. Amaba a nuestros amigos, tanto como ellos la amaban a ella. Les decía tíos y tías a todos, y la malcriaban como si fuese suya. Muchas veces se quedaba en sus casas, dejando que Santi y yo tuviésemos tiempo a solas.

Leo seguía felizmente con Fernando, y se habían casado unos meses antes. Juan y Luana se habían comprometido hacía pocas semanas, y ella participaba en un programa muy conocido de baile. Diego había empezado a salir con una madre soltera, y ahora esperaban a su primer hijo juntos.

Tampoco podía fingir que la vida era perfecta.

Estar en una relación (casados, comprometidos o de novios) no era un juego. Y ser padres no era algo sencillo y muchas veces no estábamos de acuerdo. Había días en los que apenas nos soportábamos. Pero nos amábamos, y amábamos a nuestra hija. Hacíamos un esfuerzo por entender al otro y poder hablar las cosas para solucionarlas.

Pero éramos felices. Muy, muy felices.

Pero la clave era que cuando Santino entraba a un lugar, mi mundo seguía ralentizándose.

Me rindoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora