11| A escondidas

1.7K 61 3
                                    

(+18)

Estaba feliz. A un nivel extremo. Y me preocupaba. Sentía como si estuviese en la cima de una montaña rusa, sabiendo que la caída iba a llegar en cualquier momento. Pero eran simplemente pensamientos negativos, ¿no? Las desventajas de nunca haber creído o estado en una relación formal.

No que estuviese ahora en una tampoco.

Habíamos decidido mantenerlo en secreto. Disfrutar de lo que fuera que estuviésemos haciendo. No sabía específicamente como llamarlo, pero involucraba sexo. Mucho pero mucho sexo. Tampoco era solo eso. Algunas veces salíamos a comer o intentábamos ver alguna película.

Mis papás no eran tontos, sabían que compartía todo mi tiempo libre con alguien, pero no con quién. Nuestros amigos creían que nuestras agendas habían estado muy ocupadas, aunque las excusas se nos habían acabado. Por lo que casi tres semanas después de nuestra primer noche juntos, decidimos salir a un bar con ellos.

—Brindis porque los adictos al trabajo salieron de sus cuevas.

Le mostré el dedo del medio a Diego, logrando que todos estallaran en carcajadas. Levantamos nuestros shots, bebiendo el contenido con rapidez. No era el primero, y el contenido ya ni siquiera me molestaba la garganta.

—Hay gente que tiene que trabajar para comer— le devolvió Santi, encogiéndose de hombros.

Los chicos empezaron a burlarse de él, entre risas y tragos. Me recliné en mi asiento, mirándolos interactuar con una sonrisa natural. Casi tres semanas sin estar todos juntos había sido demasiado tiempo. Y sí, me sentía culpable manteniendo el secreto de lo mío con mi mejor amigo. Pero tampoco estaba dispuesta a arruinar todo eso. No cuando estar con todos ellos me hacía tan feliz.

—Bailemos— dijo una voz desconocida.

Dirigí mi mirada hacia mi costado, donde había un hombre parado. Era fachero, y lo sabía. Se notaba la arrogancia a kilómetros de distancia, no solo en su postura sino también en su expresión. Sonreía como si creyese que le iba a abrir las piernas en ese mismo momento.

—No estoy interesada— contesté con desinterés, bebiendo un nuevo shot.

Miré de reojo a Santino. Estaba tenso en su asiento, claramente atento al imbécil que se creía importante. Tenía un vaso en la mano y lo estaba apretando tanto que tenía los nudillos blancos. El vidrio podía estallar y lastimarlo. Disimuladamente llevé mi mano a su pierna, acariciándolo con suavidad.

—Dale, muñeca. Baila conmigo.

Para ese punto sabía que todos mis amigos estaban atentos. Siempre querían defenderme y no tenían problemas en llevarlo a lo físico. Pero también entendían que era una mujer, y que sabía cuidarme sola. Lo habían aprendido a las malas. Por lo que me dejaban manejar las situaciones a menos que fuese algo extremo.

Respiré hondo, mirando al hombre.

—Te dije que no— repetí lentamente, fulminándolo con la mirada— Haceme el favor de irte de acá antes que le diga a mi amigo, que es el patovica, que venga a sacarte a patadas en el culo.

Mentí descaradamente, sin siquiera pestañar.

Quizás era mucho más buena de lo que creía mintiendo.

Al hombre se le desfiguró la cara, mirándome con desagrado.

—Concha seca— soltó, dispuesto a irse.

Santino se movió en su asiento, dispuesto a irse a las manos. Pero no lo dejé. Sin siquiera mirarlo apreté su pierna con firmeza, manteniéndolo en el lugar.

Me rindoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora