12| Futuro

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Una semana y media después de que Santino me hubiese llevado al hospital, se fue de mi casa. Sinceramente después del segundo día no había sido necesario que siguiera cuidándome, pero los dos preferimos fingir que aquello no había sido obvio. Básicamente habíamos hecho vista ciega, porque al sexto día incluso había vuelto a trabajar. E igualmente él se había quedado conmigo, abrazándonos hasta quedarnos dormidos.

Mi cuchara favorita.

En fin, como agradecimiento lo había invitado a cenar. Una excusa para poder pasar más tiempo juntos. Sobre todo cuando lo había extrañado la misma noche en la que se había ido. La necesidad que sentía de tenerlo cerca rozaba lo ridículo.

La banda estaba tocando música vieja. Eran versiones ralentizadas de las canciones. No era una banda profesional, pero para mi gusto lo estaban haciendo muy bien. Al menos para tocar en una calle peatonal, esperando propina de la gente que paseaba.

Había varias personas rodeándolos a la distancia, disfrutando del espectáculo. Sinceramente no me preocupaba que reconocieran a Santino. Tenía puesta una gorra y unos anteojos de sol, a pesar que era de noche. Nadie pareció curioso por su sentido de la moda. Después de todo, había gustos para todos, ¿no?

Él estaba parado detrás de mí, abrazándome. Yo tenía mis manos apoyadas sobre las suyas, y mi cabeza contra su pecho. Además de que nos balanceábamos al ritmo de la música, ritmo que obviamente mantenía yo. Parecíamos esas parejas enamoradas que me había molestado ver durante cuatro años seguidos.

Pero no éramos una pareja. Y...

No quería ni pensarlo, ni decirlo.

Dolía demasiado.

Repentinamente Santino me soltó, siempre siendo cuidadoso. Giré la cabeza, siguiendo con la mirada como caminaba hasta poder quedar frente a mí. Me sonrió juguetonamente, ofreciéndome una de sus manos e inclinando su torso, como si viviésemos en el siglo diecinueve.

—¿Querría usted hacerme el honor de bailar conmigo?

No pude evitar soltar una risita estúpida. Pero aun así, estiré mi mano, aceptando la suya.

—Sería un placer.

Tiró de mí hacia delante, logrando que nuestros cuerpos chocasen con suavidad. Yo riéndome a carcajadas. Use mi mano libre para poder agarrarme de su hombro, buscando la estabilidad que el choque me había quitado. Entrelazó nuestros dedos, mientras que su otra mano fue a mi espalda baja, sin llegar a mi culo.

Tiré mi cabeza hacia atrás, intentando ver sus ojos, que lamentablemente estaban tapados. Empecé a bailar yo, y él me imitó con rapidez. Siempre fue buen alumno, algo que siempre me había resultado tan adorable como molesto.

Me separó de su cuerpo, haciéndome dar una vuelta antes de volverme a llevar contra su cuerpo. Me reí a carcajadas, disfrutando de aquello. Había extrañado el Santino que podía hacer ridiculeces en medio de la calle sin preocuparse por llamar la atención.

Al menos no a nivel internacional.

Aquella línea de pensamientos me hizo mirar a nuestro alrededor. Antes no había estado preocupada. Pero antes no habíamos sido los único que estaban bailando en la mitad de la calle, siendo observados como si fuésemos parte del espectáculo.

—Podrían reconocerte— susurré, mirando sus lentes.

—No te preocupes.

No contesté, porque no quería admitir que su frase no había ayudado. No quería admitir que en ese momento no lo quería compartir con nadie.

Quería que fuese solo para mí.

Había veces en las que las personas estaban tan preocupadas deseando que algo bueno no terminase, que se olvidaban de disfrutar el momento. De aprovechar cada instante para poder recordarlo. Y me negaba a no disfrutar de eso por miedo. Así que respiré hondo, deshaciéndome de todo tipo de pensamientos, y apoyé mi cabeza en su pecho, cerrando los ojos.

No tardé mucho en sentir su mentón apoyándose en mi cabello. También pude escuchar como tarareaba la letra de la canción que tocaba la banda. Era algo que, a pesar de ser casi imperceptible, me hizo sonreír aún más.

El tiempo pasó, pero no supe específicamente cuánto. Tampoco era como si me hubiese importado. Me permití perderme en él, en su; tacto, aroma y voz. Sintiéndome completa y absolutamente en paz.

—¿Queres ir a tomar un helado?— preguntó lo que parecieron ser segundos después, pero probablemente no lo habían sido— Yo invito.

¡Comida gratis!

Abrí inmediatamente los ojos, separándome de él. Se rió fuerte mientras que yo tiraba de su cuerpo para ir hacia la heladería más cercana. Bueno, prácticamente saltando de pie en pie como si volviese a tener cinco años.

*****

—¿Pensas tener hijos?

No sabía de donde había salido esa pregunta. Estábamos sentados en el banco de una plaza bien iluminada, disfrutando de nuestros helados. Si me sorprendí a mí misma, a él lo había descolocado completamente. Se había quedado quieto, incluyendo la cuchara llena de helado, sin llegar a su boca.

Tardó al menos diez segundos en volver a moverse.

—¿En un futuro? Sí— se encogió de hombros— Quiero tener hijos. Supongo. Nunca lo pensé. ¿Vos?

Pestañeé varias veces. No sabía porque no me había esperado que me devolviese la pregunta. Que eso pasara era algo obvio.

—¿Sincericidio?

—Siempre— me aseguró.

Aparté la mirada, clavándola en el cielo, tomando mi helado.

—Siempre pensé que si tenías hijos tenía que ser con alguien especial. Desde chica. Y solo... solo me imaginé teniéndolos con vos.

¿Por qué nos estaba haciendo eso?

Podía sentir su mirada sobre mí, pero fingí no notarlo. Me sentía demasiado expuesta. Débil. Vulnerable. Y nada de eso me gustaba. Era una persona fuerte.

O fingía serlo.

—Si te hace sentir mejor yo solo me imaginé casándome con vos.

No pude evitar sonreír, mirándolo. Querer hacerme sentir bien era algo más fuerte que él. Era como si no pudiese controlarlo. Pero cuando vi sus ojos, supe que estaba diciendo la verdad.

—¿Casamiento grande o chico?

Cuando éramos chicos jugábamos a hacernos elegir entre dos opciones. Era algo con lo que pasábamos el tiempo. Pero nunca habían sido preguntas serias. Normalmente eran asquerosas o tontas, buscando hacer reír al otro.

Sonrió de lado, dejando su helado terminado sobre el banco, entre nosotros. Pero apartó la mirada, clavándola en el frente.

No era la única a la que no le gustaba ser vulnerable.

—Definitivamente grande. Mientras más gente supiese que habías aceptado mejor— no había ni una duda en su voz— ¿Un hijo o más?

Realmente lo pensé. Me tomé mi tiempo.

—Entre dos y tres. Que entren en un auto normal.

—Nada de minivans.

Nos reímos, porque nos horrorizaba de igual forma esos autos. Los dos preferíamos camionetas, como la suya. Teníamos muchas cosas en común.

Pero recordaba todas y cada una.

Después de aquello seguimos jugando, haciendo preguntas sobre un futuro. Que al menos de mi parte, era un futuro que me imaginaba solo con él.

Me rindoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora