18| Locura

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Había un ruido insistente. Pero no era un timbre, sino más bien una vibración. Y había dos posibilidades; el celular de mi novio o el mío. Este último lo tenía en la mano, y siempre tenía el volumen activado, cosa que Santino no. El suyo estaba boca arriba y la pantalla brillaba con un número desconocido. Las manos me picaban por querer atender, pero respetaba su privacidad. Además de que confiaba en él.

La curiosidad mato al gato.

—¡Te están llamando!— grité, esperando que me pudiese escuchar desde el baño.

—¡Atende!— me devolvió el grito— ¡Estoy cagando!

Mucha información.

Rodé los ojos. Como si no supiera que estaba cagando. Se había ido hacía quince minutos, dejando la película que habíamos estado viendo pausada. Lo extraño había sido que no se llevase el celular para pelotudear.

Mejor, así tardaba un poco menos.

Agarré su celular, atendiendo antes de que la otra persona cortase.

—Santi, ¿estas libre hoy?                     

Me tomé un segundo, limitándome a respirar hondo. No iba a ser la novia histérica que gritaba sin siquiera saber que había pasado. Sí, sabía que la voz era de una mujer joven desconocida para mí, que le hablaba con cierta confianza y que le estaba preguntando a mi novio si estaba libre ese mismo día. Pero tenía que haber una explicación. 

Santino era modelo. Podía ser por trabajo.

Pero no tenía el número agendado.

Los pocos números de trabajo que tenía en su celular, los tenía agendados, y el resto los tenía su manager. Pero no. No iba a dudar de él. No había hecho nada para que dudase de él.

—Santino no se encuentra disponible en ese momento, ¿le puedo pasar algún mensaje de su parte?— hablé con calma.

Sí, la había tratado de usted únicamente para hacerla sentir vieja.

La otra persona se quedó en silencio un momento.

—Sí— dudó la mujer— Por favor decile que lo llamó Fernanda.

Tragué saliva, jugando nerviosamente con el borde de la remera que tenía puesta. Era de Santino. Varios talles demasiado grande para mí. Pero me gustaba la tranquilidad que me generaba tener su olor rodeándome. Como si él estuviese conmigo en todo momento. Tranquilidad que en ese momento no sentía.

Preguntas, preguntas y más preguntas.

—¿Nada más?— pregunté, fingiendo amabilidad.

—No. Buenas tardes.

Cortó la llamada, sin darme tiempo a devolver su saludo.

Que de buenas no tenían nada por su culpa.

Giré el celular entre mis manos, intentando pensar en todos los escenarios positivos posibles. Y no supe cuánto tiempo estuve así; pensando. ¿Segundos? ¿Minutos? Una mano se apoyó en mi hombro, sacándome de mi propia cabeza.

—¿Estás bien, Euge?

Giré mi cabeza, observando a Santino. Estaba arrodillado a mi lado, de frente a mí.

¿Me había hablado antes de tocarme el hombro? ¿Por eso parecía tan preocupado? ¿O por qué tenía dudas de sobre con quien había hablado por el teléfono?

Tenía que confiar en él, porque sin confianza no había nada. ¿No?

—Mhm— afirmé de forma vaga, extendiéndole su celular.

Me rindoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora