15| Lencería

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Santino había tenido una sesión de fotografías. En cuanto había terminado me había pasado a buscar para comer algo antes de que tuviese que ir al Estudio. En ese momento estábamos dando vueltas por el centro comercial, matando el tiempo.

Habíamos estado caminando y hablando de boludeces. Su brazo estaba sobre mis hombros y mi mano rodeaba su cintura. Cada tanto dejaba un beso en mi cabello o acariciaba mi brazo. Lo lindo de sus gestos es que eran inconscientes. Los hacía estando distraído con nuestras conversaciones o mirando a nuestro alrededor.

Era literalmente el novio perfecto.

Ignoré la presión que sentí en el pecho. No quería pensar en ello. No podía permitírmelo. Frené frente a la vidriera de un local de ropa interior, buscando algo con lo que distraerme. Había varios conjuntos que llamaron inmediatamente mi atención.

—¿Vas a querer entrar?

Miré a mi novio de reojo. Tenía una sonrisita llena de maldad. Era la que hacía cuando estaba pensando en algo pervertido. Rodé los ojos.

—¿Querías un desfile?

Se mordió el labio inferior, sus ojos oscureciéndose. Lo estaba imaginando.

—No me quejaría— se encogió de hombros.

Solté una risita, volviendo a caminar. Casi pude sentir su desilusión, al menos hasta que doblé para poder entrar al local. Apenas pusimos un pie adentro tres dependientas se acercaron a ofrecer su ayuda. Todas mirando a mi novio como si fuese un sabor de helado limitado.

Los celos eran una mierda. Sobre todo cuando mi novio posaba en calzoncillos el 90% del tiempo. Y se había acostado con otras mujeres. Y tenía tantas admiradoras. Y...

Casi podía sentir mi sangre hervir. Respiré hondo, forzándome a relajarme. No. No iba a ser la novia psicópata. Nunca había sido así, y no pensaba empezar.

Además, él me amaba a mí.

Por ahora.

Inseguridades del orto.

—¿Los podemos ayudar en algo?— preguntó una, con voz nasal y usando un tono casi pornográfico.

—No— contesté secamente, sonriéndole falsamente— Estamos bien.

Las tres me miraron con desagrado mal disimulado, yéndose a atender a sus otros clientes. Cerré los ojos apenas un segundo, para después soltar a Santino y alejarlo de mí. El morocho frunció el ceño, mirándome entre confundido y ofendido.

—¿Qué...

—Lo que elijas, me lo pruebo— lo frené, sonriéndole pícaramente.

Tragó saliva, su pecho subiendo y bajando aceleradamente. Me devolvió la misma sonrisa, inclinándose hasta apoyar sus labios sobre los míos.

—La mejor novia, la tengo yo— susurró, mordiéndome el labio levemente.

Al menos uno de nosotros lo creía.

Se alejó de mí, sonriendo como un nene en una juguetería. Lo seguí con lentitud, observando como levantaba y analizaba distintos conjuntos. Su rostro había cambiado a uno de seriedad, tomándose aquello como si fuese un trabajo. Lo que logró hacerme sonreír a mí.

Veinte minutos después se acercó a mí con solamente cinco conjuntos. Alcé una de mis cejas, estirando la mano para que me los diera. Pero no lo hizo. Apoyó su mano en mi espalda baja, guiándome hacia los probadores.

—¿Solo cinco?— pregunté, sin molestarme en volver a intentar sacárselos.

—Tenes la mayoría de la lencería que venden acá— bromeó, haciéndome reír.

Me rindoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora