17| S.T otra vez

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Despedí a mis alumnos con un saludo, fingiendo una sonrisa mientras los observaba retirarse poco a poco. En cuanto el último terminó de cruzar la puerta, me senté en el suelo y respiré hondo. Era lo único que se me ocurrió para no desmayarme en ese mismo momento.

Hacía varios días que no me sentía bien. Casi se podía decir que desde el momento en el que Santino había empezado a recuperarse, yo había empezado a sentirme...

Básicamente como el culo.

No quería echarle la culpa a Santino, pero su accidente me había afectado de muchas formas. Sobre todo emocionalmente. Y estaba casi segura de que mi malestar era la acumulación de estrés y preocupación.

Apenas me sentí un poco mejor, me levanté y me colgué el bolso al hombro. Caminé con tranquilidad hacia la puerta, donde me esperaba un auto. Era un servicio que San había contratado para evitar que me tomase el transporte público o me subiese a cualquier remis.

Su manera de asegurarse que estuviese sana y salva.

Me subí al auto, sonriéndole al conductor. Era siempre el mismo. Un señor de unos cincuenta años, silencioso pero simpático. Y muy respetuoso. A menos que yo iniciase la conversación, no decía nada y dejaba la radio en volumen bajito.

Un santo.

—¿Me podrías llevar al Hospital Santa Trinidad, Emilio?

No estaba extremadamente preocupada, pero como decía el dicho; era mejor prevenir que curar. No me costaba absolutamente nada ir al centro médico más cercano para revisarme.

Me miró con preocupación por el espejo retrovisor, pero no hizo preguntas. Dio un breve asentimiento y arrancó el auto. Saqué mi celular del bolso, llamando a San. Atendió en el segundo tono.

—¿Ya estas volviendo, amor?

—No. Voy a hacer una parada antes. De ahí te aviso cuando voy.

Emilio se aclaró la garganta, pero no dijo nada.

No quería que se preocupase por nada. Seguramente tenía solo presión baja. Me iban a recomendar una dieta especial y calmarme un poco.

—Ah, no sabía que tenías planes— no estaba molesto, solo confundido— O capaz me olvidé. Perdón.

—No te había dicho. Pero no creo tardar mucho.

Sonreí cuando escuché su suspiro de alivio.

—Bueno. Está bien. Te amo.

—Y yo a vos.

Corté la llamada, volviendo a guardar mi celular.

*****

En cuanto me llamaron, me levanté de mi asiento y caminé hacia el consultorio. La doctora me sonrió, indicándome que cierre la puerta y tome asiento frente a ella.

—¿Qué te trae a la guardia, Eugenia?

Jugué nerviosamente con mi anillo de compromiso. Los hospitales no eran mi lugar favorito, pero aparentemente desde el accidente de Santi no podía ni pisarlo. Sentía que me iba a estallar el pecho.

Exageradaaaa.

—Últimamente me siento mal— dije, para después dar una lista de mis síntomas.

Sus dedos se movieron con rapidez sobre el teclado de su computadora, anotando todo. En cuanto terminó, volvió a mirarme a la cara con una sonrisa que buscaba hacerme sentir más cómoda y relajada.

Y era bastante educada como para decirle que no funcionaba de una mierda.

—Voy a tomarte la presión, la temperatura y voy a usar el estetoscopio. ¿Sí?

Me rindoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora