Fruncí el ceño cuando escuché el timbre de mi casa. Levanté mi celular, mirando la hora. Eran casi las nueve de la noche. No era extremadamente tarde, pero tampoco era un horario usual para visitas. Al menos no mis visitas. Además de que no estaba esperando a nadie.
Me levanté del sillón, caminando hacia la puerta. Asomé mi ojo por la mirilla, viendo a Santino del otro lado. Estaba a una distancia prudencial de la puerta, moviéndose nerviosamente. No pude evitar sentir la misma ansiedad que él. ¿Por qué estaba así? ¿Qué había pasado?
Abrí la puerta con rapidez, logrando que su mirada se clavase en mí. Lo examiné, buscando algún tipo de herida o algo que me indicase que mierda pasaba. Odiaba sentir como mi corazón parecía estar a dos segundos de explotar. No de amor, de preocupación.
Bueno, de las dos.
—¿Estas bien?
Tragó saliva, entrando a mi departamento cuando me hice a un lado. Cerré la puerta detrás de él, siguiéndolo hasta mi living. Me quedé a un lado, observando como caminaba de una punta a la otra, sin poder quedarse quieto.
¿Qué mierda le pasaba?
—Santino— lo llamé, logrando que frenase y me mirase— ¿Qué te pasa?
Estaba a unos cuantos metros, mirándome con un conjunto demasiado amplio de sentimientos. Quería saber todo, pero me era imposible. Quería poder saber que decir para tranquilizarlo. Quería... ser su calma, por muy ridículo que pareciese.
—Tengo que viajar a Nueva York por trabajo...
No sabía que decir o hacer. Retrocedí hasta poder apoyarme contra una pared. Me adentré en mis pensamientos, sin saber si él seguía hablando. No podía escucharlo. ¿Estaba siendo dramática? No me sentía dramática, me sentía... inútil. Otra vez estaba pasando algo que no podía cambiar.
La historia se repetía, pero con un destino diferente. Nueva York. ¿Cuántos miles de kilómetros de distancia eran? Quizás esa vez no estábamos juntos. ¿Qué cambiaba eso? Nada. No quería volver a vivir el mismo dolor que esos cuatro años.
No iba a poder sobrevivirlo.
Unas manos me sacudieron los hombros, volviéndome a la realidad. Pestañeé repetidas veces, mirando a Santino un poco descolocada. Parecía preocupado. ¿Me había estado hablando? ¿Había dicho algo importante?
¿Iba a volver a romperme el corazón?
—¿Cuándo te vas?
—Esta visita no es lo que pensas— dijo, como si aquello aclarara una mierda— Es solo por cinco días y...
Parecía yo cuando le había dicho que lo amaba por primera vez.
Le di un empujón, fulminándolo con la mirada.
—¿No podías arrancar por ahí, pedazo de pelotudo?
Santino tiró la cabeza hacia atrás, riéndose. Rodé los ojos, volviéndole a dar un empujón pero esa vez sonriendo. Lo miré, sintiendo que en cualquier momento podía empezar a babear. Era tan hermoso que rozaba lo ridículo.
—Quiero que me acompañes— soltó en cuanto se calmó— Y se probablemente no te parece una buena idea pero realmente...
—Está bien.
—No, realmente quiero que...— torció la cabeza con confusión— ¿Dijiste que sí?
Asentí con la cabeza. Terminó con la distancia entre nosotros, abrazándome con fuerza. Me reí mientras que él nos hacía dar vueltas como si hubiese aceptado una propuesta de matrimonio y no un viaje al exterior.
ESTÁS LEYENDO
Me rindo
Romans❝Era tan hermoso que casi dolía verlo directamente a los ojos. Pero lo que dolía aún más era saber que era intocable. No por su belleza, no. Sino porque ese bombón era mi mejor amigo desde que tenía memoria.❞ Dos mejores amigos. Un amor escondido. ...