Capítulo 2, Temporada 2

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—Eres rubio —recordó, mientras que el hombre trataba de adentrarla en el vehículo de color negro brillante. Ella se acercó más a su cara; sus manos en cada mejilla de él; sus ojos estudiándole con intensidad—. Eres rubio.

       Él apretó los labios. Entonces se encargó de utilizar su fuerza en serio y ella no tuvo de otra que adentrarse al SUV. El cinturón de seguridad se le fue puesto, también se le fue comprobado que, en efecto, se había hecho bien.

      Ella lo miró a la cara en ese momento, sin parpadear, porque sentía que si lo hacía se quedaría dormida. Las miradas se conectaron, y el corazón de Alice se aceleró, mientras levantaba una mano y trataba de trazar su pómulo.

      Pero el hombre se movió hacia su asiento, miró al frente y la ignoró, comenzando a conducir.

      Alice ni su madre celebraban sus cumpleaños. Ellas no lo hacían. Era un día, una fecha, que como única diferencia tenía... al número cambiante, creciente, debido a lo que ha vivido.

      Alice ni su madre celebraban sus cumpleaños. Pero...

      —Hoy es mi cumpleaños —musitó.

      Él no apartó la mirada del camino. Sin embargo, soltó:

      —Lo sé.

      —Y-y quiero que me des algo. Un regalo.

       Él no respondió. Los ojos de ella se cerraron, y el sueño comenzó a llevarla, comenzó a arrastrarla a la inconsciencia.

      —Quiero un regalo de tu parte —instó, mientras el auto se sacudía suavemente, lo que era causaba que sus esfuerzos por mantenerse despierta fueran débiles de alguna manera.

      El hombre suspiró.

       —¿Qué quieres?

      —Que no te vayas —respondió, rindiéndose. Sus ojos se cerraron—. No te vayas otra vez, Dylan.

      Ella no supo del mundo pronto. Ella no escuchó la respuesta.

       Y ahora, horas después de ello, minutos después de despertarse, se mantenía quieta en su lugar para no llamar dolores causados por embriagarse, y miraba fijamente al techo, el techo claro de su habitación.

       No debía preguntarse por qué estaba allí, porque lo sabía.

       A pesar de haber asistido a la boda de una familiar, donde había más familiares, no se hablaba realmente mucho con alguien. Fue a la boda porque quería la experiencia, no porque extrañara a alguien, o quisiera acercarse a alguien.

      Sólo le interesaba la experiencia.

      No conocía a nadie ahí, a excepción de Dylan.

      Dylan la ayudó...

      Tenía recuerdos de Dylan llevándola a su —no se sorprendía en lo absoluto— enorme vehículo.

      También tenía recuerdos de sus propios balbuceos, lamentablemente. ¿Vomitó en algún momento?

      No lo sabía.

      Otra razón por la que no quería moverse de la cama, y más bien quería que la tierra se la tragara.

      No había visto al hombre en mucho tiempo, ¿y qué hacía ella? Se comportaba como una loca. Escalaba al pobre, lo tocaba sin cesar, se chocaba con las palabras, probablemente casi lo vomitaba y, lo peor de todo, lo peor de todo:

El Error de Dylan Ferrer | Tomo 1&2 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora